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Bono recupera a Fraga

La Razón
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Manuel Fraga es el único dirigente político que me ha colgado el teléfono en la radio. Fue en el año 95. No recuerdo sobre qué le preguntaba, pero sí que no le gustó mi insistencia en alguna cuestión incómoda. Después de gruñir un par de veces me dijo «¡usted es un fiscal!» y colgó abruptamente el aparato. El efecto radiofónico resultó impagable. Retrataba, en mi opinión, al peor Fraga. Ahora he leído el acta del 23-F que redactaron los secretarios del Congreso –interesante documento ¿desenterrado?– y he encontrado retratado ahí al mejor Fraga. Cuando el lunes 23 empiezan los tiros, Fraga se echa al suelo, como casi todos; no es uno de líderes encerrados aparte y no consta que hiciera nada reseñable. Pero el martes 24 es otra cosa. El martes, es la estrella del acta. Ese Fraga que se levanta de su escaño a las 08:50 para increpar a Tejero: «¿Puede la Guardia Civil tenernos como a una pandilla de forajidos a tantos hombres indefensos?». Ese Fraga que sigue: «¡Esto es una traición a España, no le están haciendo ningún favor a España, no aguanto más, de aquí salimos ya todos!». Y cuando un guardia dice: «Quietos, por favor», ese Fraga que responde: «Yo no hago ningún favor, de aquí nos vamos». El conato de rebelión lo apaga Tejero sacando a Fraga del Hemiciclo para que no enrede. Dos horas después el golpe ha terminado y todos los líderes políticos están de vuelta en el Hemiciclo. Lavilla va ordenando la salida de los diputados. Cuando llama a Fraga, éste plantea, respetuosamente, una cuestión de orden: «Que la presidencia se digne levantar formalmente la sesión y que convoque para mañana junta de portavoces». He aquí la liturgia parlamentaria, el cuidado de la forma que encarna el fondo, la victoria de los usos democráticos. Cuando Lavilla dice «mañana, Pleno a las cuatro y media», está diciendo «hemos ganado el pulso; la afrenta ha terminado».
Entre tanto falso enigma que hace tiempo quedó resuelto –el 23-F es un libro abierto–, emerge este único misterio nuevo: ¿por qué ha permanecido treinta años secreto este informe de los secretarios? Es más, ¿quién sabía de su existencia aparte de Bono? Me dice un bromista que el acta la ha ido escribiendo Bono en sus días libres, como último reclamo en su plan de relanzamiento público como líder de peso y potencial recambio. Como broma lo tomo, aunque la táctica es ingeniosa. Lleva toda la semana el presidente del Congreso dando entrevistas como un poseso. El joven Bono ya estaba allí, testigo de aquella madrugada en que se abortó para siempre el extendido afán político-mediático de la época por parir un gobierno de concentración presidido por un general leal a la Corona. Armada no era el único encoñado con aquella fórmula, aunque sí el encargado de mantener vivo el encoñamiento cuando el 10 de febrero Don Juan Carlos se decidió a proponer a Calvo Sotelo como nuevo presidente del Gobierno.