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Reforma o contrarreforma

La Razón
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La pregunta esencial no es la que aparece en el título, sino otra más elemental: ¿quién manda aquí? Hay quien dice que estamos sujetos a los dictados de la Sra. Merkel; otros opinan que Rodríguez Zapatero posee la voluntad autodestructiva del converso; hay quien opina que ya manda Rajoy y que la señora Sáenz de Santamaría actúa de vicepresidenta; tal vez mande un mercado sin patria e innominado; los hay que pretenden ver la mano oculta de Asia a través de los EE UU, pero las autonomías creen que la reforma propuesta de la Constitución rompe aquella convivencia que se propuso en 1978. Tampoco faltan razones que justificarían los constantes cambios de rumbo de este barco que navega en la gran tormenta que afecta al mar del euro, pero que alcanza mucho más allá. La oposición y el propio Gobierno creen que conviene generar confianza cara al exterior, porque las promesas de un otoño catastrófico no se las salta un galgo: incremento del paro, ajustes del mal llamado Estado del Bienestar que afectan a lo más sensible: sanidad y educación. Resulta, pues, sencillo, aunque poco conveniente, entregarse a un pesimismo radical. Cuando CiU escenificó su desacuerdo y Duran aludió al «choque de trenes» añadió aún más razones para suponer que hay mucho de lo que el hombre de la calle no sabe. Andamos entre misterios.

Pérez Rubalcaba, candidato con Rajoy, junto a otros todavía no designados, para las próximas elecciones, se ha quedado un tanto al margen de este tsunami que se le vino encima. Pero sus flirteos con IU o los «indignados» (que los hay de todos los colores) se compaginan mal con una reforma que podría calificarse de contrarreforma: cierto retorno al estado jacobino y sin excesivos bienestares a la vista. A corto plazo habrá que imponer sacrificios hasta alcanzar ingresos que permitan más gastos. El problema reside en el tiempo de que disponemos –ya que a menos trabajo y rentas, menos ingresos– y, por consiguiente, se augura una larga travesía del desierto. Cualquier ama o amo de casa sabe bien que no puede gastar lo que no ingresa. Se trata, pues, de cuadrar el círculo de un reparto más equitativo del trabajo y de las riquezas producidas o acumuladas. No deja de ser sorprendente que grandes fortunas francesas o alemanas y hasta estadounidenses denuncien los escasos impuestos que pagan en proporción a sus empleados. Pero las de aquí han preferido no manifestarse y aquellos propuestos a «los ricos» a los que aludió Berlusconi, en una de sus geniales intervenciones histriónicas, desaparecieron a los pocos días. Nuestra ministra Salgado, que tonteó también con el tema, o el mismo presidente se han manifestado ya ajenos a la cuestión.

Y es que éste no es el problema o no lo es, salvo que se utilice la demagogia. No podemos –ni nos dejan– incrementar o mantener los gastos de ayer. Pero algo habrá que inventarse para generar trabajos que permitan el reequilibrio. Ya observamos cómo el propio Obama tuvo que bajar velas ante sus planes benéficos de ampliar los beneficios sanitarios de una población que, en parte, sigue a la intemperie. Tal vez los europeos creímos que, como los cubanos en los primeros tiempos de su Revolución, una cuidada educación y sanidad nos haría más felices. A mí no me parece que hayamos vivido tan por encima de nuestras posibilidades, como acostumbra a decirse. Fue en tiempos del general Franco cuando se nos convenció de que había que tener una vivienda en propiedad. Y todavía no estoy muy seguro de que sea mejor el alquiler, pese a lo que digan los economistas. Otra cosa es la inmovilidad de la población. Tal vez se exageró algo con lo de la segunda residencia, pero hay quien estima todavía que los ladrillos son imperecederos. Nuestra cultura económica era escasa y más vinculada al concepto de las ex Cajas de Ahorros y Montes de Piedad que a la especulación bancaria, que se entendió como pecaminosa. En el fondo, éste ha sido siempre un país conservador y, eso sí, admirador de una ética que nunca practicó. Ahora suspiramos por un referéndum que vendría a añadir más dificultades, si cabe, a unas elecciones que debe haber unos pocos que suponen que también podrían evitarse. Mas hasta que no se celebra y finaliza un partido no cabe cantar victoria. Reformemos las anteriores reformas y, luego, volvamos a reformar: es entretenido.