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Tiempos mejores
Estos son días sentimentales, agridulces y extraños en los que se reúnen las familias pero también aumentan las peleas domésticas (precisamente porque se reúnen las familias), se acrecienta el número de regalos que hacemos y recibimos en la misma proporción en que se elevan los hurtos en los colmados. El abandono de mascotas llena de ojos tristes las perreras por culpa de esa espantosa costumbre de usar a los seres vivos como juguetes (pero si lo hacemos con las personas, qué no haremos con los animales). Los ancianos solos padecen más que nunca su soledad. La sobrellevan el resto del año, pero en estas fechas el mundo parece reprocharles su «fracaso», su desamparo. Acabó un año malo, y dicen que el que ahora comienza será peor (cuesta imaginarlo).
Pagaremos muchos impuestos. Esperemos que no ocurra como en la antigua Abisinia, donde los oficiales encargados de recabar los tributos cobraban un ridículo estipendio, así que se volvían corruptos; uno de ellos, en su lecho de muerte, pidió que lo enterrasen con un brazo fuera «para poder seguir recibiendo los impuestos». Confiemos en que no nos aprieten tanto las tuercas que nos revienten las costuras del ánimo y aumente el fraude. Confiemos en que las cosas se arreglen con nuestro trabajo, que no tengamos que acudir a los «fabricantes de oro sintético», o alquimistas de las finanzas, como le ocurrió a Enrique VI de Inglaterra en el siglo XV: tan apurado estaba que hasta pidió ayuda a los sacerdotes porque si «tenían la facultad de trocar el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Jesús, seguramente les sería fácil transformar en oro los metales viles»…
Confiemos en que lleguen mejores tiempos. Feliz año nuevo.
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