París

Playboy crepuscular

La Razón
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La cursilona Prensa de París (oh la lá) ha retratado a Belmondo como a un anciano al que el destino abandona en una gasolinera de verano después de ser humillado y robado por una vampiresa putona de mediana edad. Un episodio de la vida misma, pero que, escrito en francés y con prosa émula de Víctor Hugo, se despacha como un escarnio peor que la guillotina. Belmondo, que ha sido más afortunado que feo y tal es su mérito, vive, como todo playboy, para renovar diaramente el carné de seducción y anualmente el de conducir. Para ambos exámenes tiene que controlar las dioptrías y tener el corazón en hora. En su caso, es una cuestión de supervivencia a diferencia de la figura del «juponard», que, según escribía Jules Renard, se limita a una cuestión contable: suma metros de jergones, mililitros de sudores y así. Aunque lo diga Francia, el viejo actor francés, el tipo que corría detrás de Jean Seberg en «Al final de la escapada», no es el Casanova de los últimos días recordado por Stefan Zweig, quien ve cómo el ocaso definitivo llama a su puerta cuando, después de pagar la tarifa, es rechazado por una prostituta de los bajos fondos. A diferencia de lo que pasa con el permiso de conducir, reglado por el estricto código, Belmondo puede cambiar de ventanilla aunque sólo sea para notar que sigue más vivo que crepuscular.