Cataluña
Es Cataluña la que se rompe por J A Gundín
Con su mesianismo de aldea y butifarra, Artur Mar no romperá España, pero sí cuarteará Cataluña. Ya hay síntomas alarmantes. La embestida separatista, alimentada sin sentido del ridículo con viajes de cabotaje alrededor de sí mismo y una retórica adolescente, ha reventado las costuras de una sociedad diversa, multicultural y atomizada, apenas hilvanada por unas pocas hebras de consenso. Nada ni nadie se salva de ese arrebato nacionalista que ventea la tierra prometida a la vuelta de la esquina: ni los cuatro millones de catalanes que proceden de otras regiones españolas, ni el millón de inmigrantes extranjeros que asisten estupefactos a otra guerra tribal y a las cabriolas epilépticas del hechicero Mas. Se rompe la cohesión de los suburbios, aquellos cinturones escarlata donde antes hacía guardia la fe proletaria y hoy reza a Alá. Se desangra entre navajazos intestinos el partido socialista, atacado de esquizofrenia y con complejo de inferioridad. Se derrumba la fe de los inversores y la credibilidad pacientemente cosechada, degradada a bono basura. Y lo peor: en muchas familias se ha inoculado el veneno que obliga a elegir entre el padre y la madre, con España o sin España. Disyuntiva fatal que suele resolverse, en aras de la paz familiar, con un «Prohibido hablar de política» en la mesa.
Tampoco en los consejos de administración se menta la bicha, si acaso unos breves susurros certifican la alarma, pero que no conste en acta. Hasta el Barça ha sido alineado para un partido condenado a perder. Hay miedo, ese temor difuso que imponen los desfiles unánimes y de filas prietas, que se instila como ponzoña en una comunidad dividida entre los que tienen trabajo y los que no tienen ni esperanza (un millón), angustiada por la quiebra financiera, la deslocalización de empresas y con la sanidad en coma. Pero también hay temor a perder la subvención oficial y a que el poder vengativo del Palacio de San Jaime castigue la tibieza y la desafección. Falta oxígeno en esta Cataluña jibarizada por el soberanismo, reducida toda su alma y su tesoro intelectual a un catálogo de consignas y a un flamear de banderas. En vez de puentes y autopistas, construyen muros y peajes, empalizadas de odio creyendo que la peste viene de fuera, pero está dentro. Pobre ciudad de los prodigios, triste patria de las vanguardias, que siendo un vivero de inteligencia práctica está gobernada por plañideras y mediocres insatisfechos. De Tarradellas aquí, qué manera de degenerar. Bulle la «carn d'olla» con un chop chop profundo, a punto de rebosar, pero los separatistas la vuelcan sobre el fuego, dejando en ayunas a una sociedad insomne y frustrada. La campaña electoral nos regalará esperpentos irrepetibles. Lástima de Berlanga, qué escopeta nacional se ha perdido.
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