Balón de Oro
«Au revoir» por Lucas Haurie
El hecho milagroso que permitiría a la selección francesa continuar en este Mundial no radica en una victoria de México sobre Uruguay o viceversa, sino en que la banda de Doménech sea capaz de derrotar a la anfitriona y, encima, por tres o cuatro goles de diferencia. En baja forma y mal avenidos sus jugadores, la evolución de los «bleus» ha ido en paralelo a la de una sociedad en la que se ha descontrolado la ter- cera generación de inmigrantes. El título de Francia en 1998 se ci- mentó sobre un lema, «black-blanc-beur», que jugaba con la denominación de la bandera tri- color adaptada a la realidad mul- ticultural. Literalmente significaba «negro-blanco-moro». El normando Petit, el kabylio Zidane, el caribeño Thuram, el vasco Lizarazu, el canaco Karembeu, el portugués Pires o el armenio Djorkaeff asumían sin complejos la pertenencia al país sin renunciar a sus respectivas raíces.Los violentos disturbios de las «banlieues» de 2007, protagonizados por jóvenes cuyos padres nacieron en suelo europeo, mostraron a una generación desarraigada y sin perspectivas: casi nihilista. Los chicos que hoy vestirán la camiseta del gallo por última vez en este torneo proceden en su mayoría de esos barrios e incluso uno cuyos ocho bisabuelos son europeos, Franck Ribéry, abrazó el islam en su juventud… antes de engrosar la clientela de los burdeles de lujo. Es sólo un detalle, pero definitorio de hasta qué punto está descosida esa «certaine idée de France» que concibió De Gaulle y por qué la lucha contra el problema identitario es uno de los ejes de la política de Sarkozy. Laurent Blanc no sólo tendrá que rehacer un equipo; habrá de inventarse una razón por la que jugar juntos.
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