Eurocopa

Argentina

El ombligo

La Razón
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Cada amistoso que juega España desde que alcanzó la cima del universo es un chasco, una punta quebrada en la estrella de campeón del mundo, un paso atrás, un jirón en su prestigio, una faena de dos orejas y rabo que arranca olés en las plazas que visita. Rivales que al nombre añaden historia, solera y algún desencanto reciente, como Argentina o Portugal, saben a quien se enfrentan y lo hacen al mil por ciento. Ganar a «La Roja» imprime carácter, renueva ilusiones, entierra frustraciones y mejora la relación afectuosa con sus seguidores, mientras los españoles se desinflan. Compiten sin reservas contra España, se entregan a fondo, meten la pierna, arriesgan con ímpetu y coraje, como si disputaran un encuentro trascendental. Para ellos lo es, significa resurrección, mientras España, triste e irreconocible, se limita a mirarse el ombligo.

Luce en el pecho la escarapela de Blatter, que se cae en pedazos. Es obligación inexcusable de Vicente del Bosque mentalizar a sus huestes de que la guerra del fútbol es imperecedera, una prolongación del Mundial; sólo así afrontarán estos partidos propios de ejército de salvación con la fe y la entrega que les hizo grandes en el campeonato en Suráfrica. Sería conveniente que no empequeñecieran más, aunque tuvieran que rechazar cualquier invitación amistosa. La Real Federación Española de Fútbol cobra por la ruina de la Selección.