Toledo

y parió la ministra

Este Gobierno tiene una habilidad especial para encontrar un problema para cada solución 

La Razón
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Eramos pocos y parió la abuela. Cuántas veces habremos utilizado esta expresión tan española, con perdón, y cuyo significado sabemos todos, incluidos quienes se indignan por ver la palabra España en el autocar del equipo ciclista Euskaltel que participará en el Tour. En cuanto unos pocos se sienten heridos en su sensibilidad, este Gobierno de cartón piedra, de escenografías sin guión, sale en su auxilio aunque sea a costa de tocarle las sensibilidades a una mayoría que asiste atónita al espectáculo de sombras chinescas con el que se pretende seguir ocultando la realidad y, de paso, colocando piedras en el camino del que venga detrás que va a tener que arrear no sólo con las consecuencias de una crisis económica afrontada tarde, mal y en realidad nunca, sino un desbarajuste de valores provocados por el relativismo del que ha hecho gala Zapatero en estos años. Y como los problemas son pocos parió la ministra de Defensa, la señora Chacón, con la necedad de prohibir los honores y la interpretación del himno nacional en el día del Corpus por parte de los militares. Este Gobierno, y sobre todo algunas de sus «miembras», tiene una habilidad especial para encontrar un problema para cada solución. Flaco favor le han hecho al presidente de la Junta de Castilla-La Mancha y al alcalde de Toledo quienes quieren convertir el laicismo en una religión mucho más dogmática y sectaria que la católica. Da la impresión de que, en su caída, ZTP (recuerden, Zapatero Todavía Presidente) quiere llevarse por delante a algunos de sus compañeros de partido. Y será por delante porque las municipales y autonómicas se celebran un año antes que las generales si se cumplen los plazos previstos. Emiliano García Page, regidor toledano, es un socialista sensato y discreto al que las normas de marras le han hecho saltar, por primera vez que yo recuerde, con una crítica bastante ácida hacia sus compañeros y compañeras. Salir a buscar problemas donde no los hay cuando los reales están asfixiándonos, es ciertamente una insensatez. Pero la insensatez es la marca de la casa. La seña de identidad de Zapatero desde el mismo día en que se sentó en el despacho de La Moncloa. Las cargas de profundidad que en estos años se han lanzado contra muchas costumbres, y legislando desde el desprecio a las creencias de mucha gente que está ejerciendo de mayoría silenciosa, hacen palidecer las célebres palabras de Alfonso Guerra cuando pronosticó que a este país no lo iba a reconocer ni la madre que lo parió gracias a la acción de los gobiernos de González que acaba de estrenarse en el poder. Claro que González llegó aupado por una mayoría entusiasmada e ilusionada. Una mayoría aplastante que Zapatero no ha conseguido en las dos ocasiones en que ha ganado las elecciones. Lo suyo, ahora, es la resignación y no la ilusión. Una resignación que únicamente puede romper las urnas si la única alternativa real es capaz de levantar la bandera de la normalidad y el sentido común que brillan por su ausencia en estos momentos. Porque no basta con esperar que el fruto maduro caiga del árbol y con repetir y amplificar los graves errores del Gobierno. Esa mayoría hasta ahora silenciosa necesita escuchar un mensaje de esperanza basado en propuestas nuevas y sólidas capaces de generar esa ilusión que ha roto en mil pedazos un ilusionista al que ya se le ven los trucos desde muy lejos.