Estreno
Golijov cierra capítulo
Ciclo Carta Blanca de la ONEGolijov: «Mariel», «Al Ayre», «Profecías de Isaac el Ciego», «She Was Here». Mahler: «Sinfonía nº 4». Diversos solistas. Orquesta Nacional de España. Director: Leonard Slatkin. Auditorio Nacional. Madrid, 1 y 5 al 7-III-2011.
Con dos sesiones en la Filmoteca Nacional, una de ellas en animado y brillante coloquio con Alberto Iglesias, y los dos programas que ahora se comentan, se cerró la panoplia de actividades organizada por la Orquesta y Coro Nacionales en torno al compositor argentino Osvaldo Golijov. Siempre con indubitado éxito de público, que parece haber molestado a otros músicos que no gozan de paralelo refrendo popular, el espectro creativo del de La Plata volvió a ser un crisol de estilos, escuelas, técnicas e «ismos» que terminan por resumirse en una sola palabra: Golijov. Pocos músicos habrán sabido crear, desde la polivalencia, una unidad tan reconocible en cualquier obra.
La norteamericana Dawn Upshaw (Nashville, 1960) puede no tener la misma frescura vocal que la que la consagró en papeles como el «Ángel» del «San Francisco de Asís» de Messiaen, pero su versatilidad, claridad de dicción y seguridad en el ataque siguen incólumes. En «Al Ayre» (2004), formidable composición poliidiomática en donde el músico se acerca con afecto, lirismo y humor a la España de las tres culturas y hasta a la Italia del Medievo –estaba de paso, se supone-, Upshaw tiene que gruñir, parodiar canto nasal, declamar, dominar el melisma y, cómo no, cantar por ende con pureza y levedad. Son 40 minutos de espectáculo vocal-instrumental en donde la solista y el conjunto creado por Golijov, Los Perros Andaluces –las querencias del personaje son evidentes– mantienen al espectador en vilo.
Lamento por Auschwitz
Algo que no requiere de igual manera «She was here», página de 2008 también creada para la cantante americana en la que Golijov deconstruye y reconstruye a Schubert a través de cuatro de sus Lieder en un ambiente de estático arrobamiento. Miguel Jiménez y Juanjo Guillem recrearon primorosamente «Mariel» para violonchelo y marimba, y otros ocho solistas de metal de la Nacional, alternando trompas, trompetas y trombones con el schofar hebraico, acompañaron con precisión al clarinetista David Krakauer en «Tekyah» (2005), conciso lamento en el 60 aniversario de la liberación de Auschwitz, y el mismo Krakauer al clarinete «Klezmer» fue solista en la última sesión de «Los sueños y plegarias de Isaac el ciego» (1994, revisada en 2006), posiblemente la obra más abiertamente judaica del autor.
En la sesión de clausura, Leonard Slatkin dirigió, además, la Cuarta Sinfonía de Mahler con excelente criterio, solvencia técnica y especial idoneidad en los tiempos centrales. Upshaw pasó impecablemente de Golijov a Mahler, en el Finale de la Sinfonía, quizá porque la distancia estética no es tanta. La Nacional volvió a ser tan polimórfica como el propio Golijov, y Joan Anton Cararach aportó, con su espectacular libro-programa, un complemento literario no ya útil, sino indispensable.
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