Tanto esfuerzo para esto

Lima, la oligarquía limeña, ha sido uno de los pilares sobre los que se ha asentado la obra de Alfredo Bryce Echenique, el escritor peruano que, con esta novela, regresa a un género con el que ha marcado un hito en la literatura latinoamericana posterior al «boom»: una narrativa de corte sentimental y humorístico, repleta de digresiones que son, de alguna manera, un reflejo del divagar que caracteriza los tiempos modernos. «Dándole pena a la tristeza» cuenta la historia de una familia limeña de clase alta, los De Otañeta (inspirada en la suya propia, una de las más acaudaladas de Perú), a través de cuatro generaciones de hombres.

Un imperio familiar
El patriarca, Tadeo De Ontañeta, era un hombre rico que vivió hasta los 105 años y que en su vida hizo de todo: empezó como un empresario minero y acabó, con el paso del tiempo conviertiéndose en el fundador de un imperio familiar que derivó nada menos que en el Banco Internacional de Perú. Pero el dinero, ya se sabe, no trae la felicidad sino, en ocasiones, demasiados problemas: a pesar de la inmensa fortuna que amasó en los Andes, sus descendientes se encargarán con el transcurso de los años de dinamitarla sin el menor miramiento. Tanto esfuerzo para tan poco.

Uno de ellos, Federico de Ontañeta, será el responsable de que la familia se quede sin las propiedades y las empresas que antaño les dieron de comer. A diferencia del patriarca, Federico vivirá poco, pero el tiempo le alcanzará para andar de fiesta en fiesta y meterse en aventuras con cuanta mujer se le cruce en el camino, entre ellas, nada menos que Ava Gardner. Terminará, como un auténtico Casanova, con fracturas y morados por todo el cuerpo y sin haber sabido en su vida lo que significa trabajar. Esta nueva novela que hace poco se llevó, en medio de una controversia a raíz de que el escritor fue acusado de haber plagiado textos periodísticos en columnas de opinión de diarios peruanos, el Premio FIL, que entrega la Feria del Libro de Guadalajara, es una obra auténticamente latinoamericana. No sólo porque en ella Bryce despliega una saga familiar y una trama que atraviesa un siglo de historia, sino porque también refleja el ocaso de un linaje que es, de alguna manera, el final de un viejo orden social: aquel que el escritor empezó narrando en «Un mundo para Julius» en 1970 y que termina, más de cuarenta años después, con esta galería de personajes patéticos y simpáticos que siguen en pie, más allá de todo derrumbe.