Nueva Orleans
«Un tranvía llamado deseo»: Vicky Peña princesa de Nueva Orleans
Autor: T. Williams. Versión: J. L. Miranda. Dirección: M. Gas. Escenografía: J. Saenz, M. Ángel Coso. Vestuario: A. Belart. Reparto: V. Peña, R. Álamo, A. Gil, À. Casanovas, A. Moreno, A. Iglesias, P. Olivera... Teatro Español. Madrid.
Por más que se intente, es difícil encontrar en la escena española una actriz de alrededor de cuarenta años a la que se pueda imaginar como Blanche du Bois con el talento y el trabajo de creación de un personaje propio y creíble de Vicky Peña, el alma de este «Tranvía llamado deseo». Jessica Tandy y Vivien Leigh tenían ambas 38 años cuando dieron vida, en la primera producción de Broadway en 1947 y en el cine en 1951, respectivamente, a la inolvidable perdedora. Y, sin embargo, Peña hace olvidar cualquier referente: convertida con autoridad incuestionable en Blanche du Bois, aparece ante los ojos del respetable como una criatura frágil, vulnerable, fantasiosa, un pez fuera del agua que no comprende la brutalidad de su cuñado; un espíritu atormentado que busca un poco de amor aunque lo haga en el equivocado camino de la mentira. Sureña, casi hollywoodiense, como si hubiera salido de una vieja película en Technicolor, Peña redondea un trabajo que nos recuerda, otra vez, que probablemente es la gran actriz de su generación. Aunque les «robe» papeles a las de 38 años.
Es justo resaltar, a su alrededor, trabajos notables, como el Mitch de Àlex Casanovas, otro perdedor incapaz de aferrarse a la felicidad, cuando ésta se le cruza en el camino, por culpa de los prejuicios –uno de los temas que abordó Tennessee Williams, que tanto tuvo que ocultarse para no sufrirlos–. O el Kowalski de Roberto Álamo, que se aleja de la gran referencia de Brando: Álamo opta por lo brutal, lo físico, lo desgradable. Lo hace de forma impecable, porque es buen actor, y verle escupir sus desprecios a Blanche y su superioridad sobre Stella mientras engulle comida dice mucho del personaje que presenta. Aunque la elección de este viraje hacia un Kowalski tan radical nos aleja de la poca empatía que pudiera generar el rudo trabajador. Parece que Mario Gas –impecable, por lo demás, su dirección de actores– se hubiera posicionado moralmente, y ése es un camino peligroso de recorrer: ¿juzgó Williams a sus personajes?, ¿debe ser Kowalski un maltratador desprovisto de cualquier atisbo de seducción que en el clímax del drama, más que arrastrar a Blanche, parece violarla?
En dos dimensiones
Esto no invalida el valor de un montaje hermoso y dinámico: la escenografía, como un corte en sección, nos muestra el conflicto en en dos dimensiones, sin profundidad, y la ambientación es conservadora. Pero ambas resultan funcionales y adecuadas para dejar que brille un gran texto, versionado con elegancia por José Luis Miranda, y, sobre todo, una gran actriz en plena madurez artística.
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