Andalucía

Dame un silbidito

La Razón
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Los mismos que hasta hace un cuarto de hora defendían a boca llena la libertad de expresión y el sacrosanto derecho a la manifestación y al pronunciamiento público –fueran cuales fueran sus circunstancias–, acusan ahora de intolerantes y de incívicos a quienes aprovechan la convocatoria de los diversos actos públicos para hacer patente su descontento. La libertad, como se acaba de poner de manifiesto, consistía para ellos en una especie de artificio lisonjero y halagador sólo pertinente cuando se trataba de aplaudir al poder establecido. Y funcionó. La cosa ha funcionado de maravilla y durante tantos años, en los que se ha confundido la satisfacción con el agradecimiento, que han tenido que venir tiempos de precariedad y de rebajas como estos para dar la justa dimensión a las hermosas palabras que defendíamos. Y la libertad era esto, la de ejercer un derecho en la doble dirección que permite la voluntad de las personas y no sólo la que embrida y consiente el poder.
Por eso cuando no hay harina y todo es mohína, es cuando Chaves se queja amargamente de que le hayan ido a silbar a la Plaza de España, cuando él venía, como era costumbre, a soltar un discurso y a ponerse la medalla con los fotógrafos delante. Acusa a quienes lo hicieron de confundir el momento y el lugar para hacerlo, como si los que allí estaban no supieran perfectamente que aquél era el momento ideal para abuchearle o no supieran que les amparaba el mismo derecho que el que hasta ahora han tenido para aclamarlo sin que nadie se lo haya recriminado. La libertad era esto y, aunque tarde, por fin comprendemos que por fortuna ha pasado el tiempo de señalar cuándo, cómo y dónde se puede permitir protestar a la gente. Por eso ahora, tras el milagro obrado en la Plaza de España y el día del Pilar, algunos como Chaves empiezan a apreciar el carácter institucional de los actos a los que venían acudiendo cuando no hace ni siquiera dos días que ellos mismos descaradamente los confundían con estrictos actos de partido y como tales –sobre todo, los exitosos– los vendían. Por eso no gusta que, sin llegar a poner las cosas en su sitio, la crisis se haya convertido en una extraordinaria aproximación de ponerlas, y que la gente en Andalucía, el pueblo, acostumbrado a no ser nunca protagonista de nada, se haya decidido a abandonar ese papel subalterno. Entonces no representaba ningún inconveniente. Lo malo ha surgido cuando se han decidido a silbar.
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