Crisis económica

Solvencia empresarial

La Razón
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Un buen número de empresas españolas, sobre todo las de una sólida implantación multinacional, están sufriendo los embates que golpean la deuda soberana y están siendo castigadas también por el llamado riesgo país. Pese a su acreditada solvencia y su trayectoria ascendente en los últimos años, bancos, compañías de telefonía y grandes constructoras se ven obligados a pagar un peaje financiero desproporcionado y a redoblar sus esfuerzos para disisipar la desconfianza de los mercados. No hay datos objetivos que justifiquen el maltrato y la sospecha. Al contrario, la continua expansión de estas entidades, sus excelentes balances, la captación de nuevos clientes, el aumento de la facturación, etc., son hechos probados que atestiguan su solvencia y rentabilidad. Sin embargo, la cotización bursátil durante estos últimos años no ha corrido pareja y parece resistirse a valorarlas en la lógica proporción. Tampoco las agencias de calificación se muestran congruentes y las examinan con rigor inusitado, como si quisieran purgar con esta sobreactuación su negligencia e incompetencia para predecir la crisis. Pese a los veredictos extremados de S&P o Moody's, ni nuestra economía está al borde de la insolvencia ni las grandes empresas españolas han perdido competitividad. Está en lo cierto el presidente de Telefónica cuando afirma que «la situación económica de España es mucho mejor de lo que reflejan algunos informes de gabinetes ajenos a nuestro país». No cabe duda de que arrastramos un déficit de credibilidad en los ámbitos de decisión internacionales, en parte atribuible a la mala gestión del Gobierno anterior, que no supo o no se atrevió a realizar las reformas necesarias para oxigenar la economía. Pero también en sectores clave se cometieron graves errores de gestión al calor del boom inmobiliario y ha faltado cierta gallardía para enmendarlos. No será fácil ni rápido revertir la tendencia y que los mercados reconozcan el vigor y la solvencia de España. El Gobierno de Rajoy está sentando las bases para lograrlo con los planes de ajuste fiscal y las reformas de los mercados laboral y financiero. Pero no será suficiente. Nuestra economía necesita, además de sanear sus estructuras, estímulos para crecer, de modo que vuelva a circular la sangre en su debilitado organismo. También es necesario que el Gobierno relance la marca España con argumentos convincentes, datos inapelables y resultados sólidos. Pero sobre todo es fundamental que nuestro país gane la batalla de la fiabilidad, para lo cual resulta imprescindible que las administraciones trabajen con transparencia y rigor, sin pillerías ni errores de cálculo como los detectados en las últimas horas en varias comunidades autónomas. El primer requisito para que los demás nos respeten es que nos respetemos a nosotros mismos.