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Los Pepes por Julián Redondo
E l viento sopla ahora de cara. Cuesta avanzar y el afán por ser segundo –el primero de los perdedores– reclama justicia, o la consideración del mundo por el esfuerzo efectuado, supremo, pero fútil. Pepe Guardiola, lisonjero cuando no percibía la sombra del campanario madridista, ahora que padece el complejo del perseguidor pretende justificar con rancias excusas e ironía de dudoso gusto – «Messi descansará el próximo partido al lado de Pepe»– su distanciamiento de la Liga. Aquellos denuedos estériles del Madrid, que observaba con media sonrisa, le rondan e intuye en su tejado una gotera mayúscula por la cagada de una cigüeña. De ahí sus dudas para renovar la licencia de habitabilidad en el Camp Nou, más las que hoy le despiertan Fernández Borbalán, que no expulsó a Pepe en Vallecas, y Pérez Lasa, que amonestó a Messi por llevarse el balón con la mano.
Sobra la desafortunada alusión de Guardiola a Pepe y es inadmisible la bravuconería de Pepe, afectado de una violenta frenopatía cuando pisa el césped. Descripción que hace de él un profesional del Rayo: «Provoca, insulta, simula, da patadas, codazos, puñetazos y contagia a Sergio Ramos».
Otro Pepe, Mourinho, rehusa poner a la fiera a buen recaudo. Justifica sus pendencias –«es un buen profesional»–; tampoco entiende la tercera expulsión esta temporada de otro camorrista, Rui Faría. ¿Tienen manía los árbitros al masajista y Pepe y Ramos despiertan su instinto paternal? Mourinho desvía la atención cuando el equipo no juega un pimiento. Y no se aclara, ha echado a los madridistas del avión en la «Champions» y les reprocha que sólo fueran 300 a Vallecas. Estos Pepes son así.
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