Literatura

Los Ángeles

Nostalgia de Ícaro por Lucas Haurie

La Razón
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Por mera cuestión generacional, mi primer recuerdo de una inauguración olímpica es la alucinante aparición de un astronauta sobrevolando el Memorial Coliseum de Los Ángeles. Luego, apareció la monumental humanidad de Etta James con su imponente voz («When the saints go marching in»), pero la capacidad de sorpresa la agotó, para siempre, aquel Ícaro vestido de neopreno.
La tamborrada que nos endosaron los coreanos en plena madrugada cuatro años después fue un auténtico coñazo y, en 1992, era una obligación patriótica extasiarse con el excepcional montaje de la Fura dels Baus. Pero la memoria es caprichosa y registró como hito insuperable el aterrizaje de aquel hombre-pájaro. En California, por cierto, reside nuestro abanderado de anoche, el más alto de la historia olímpica. Al contrario que a Rafa Nadal, que lo sucederá en Río, a Pau Gasol no le queda un cuatrienio al máximo nivel. Dios escribe derecho con renglones torcidos.

Era imposible que un genio de cuyo magín salieron obras maestras como «Trainspotting» o «Slumdog Millionaire» decepcionase. El oscarizado Danny Boyle, descendiente de irlandeses como tantos ingleses de pura cepa, recurrió a lo mejor de la tradición del país: Shakespeare, un deporte no olímpico como el cricket, la campiña, «Alicia en el País de las Maravillas», The Beatles… «Best of Britain», como rezan los «mugs» que se adquieren por cinco libras en las tiendas de souvenirs de Oxford Street.

Todo bajo un cielo londinense que amenazaba lluvia, como mandan los cánones y como sucederá durante los próximos dieciséis días. Llegó la madrugada sin que apareciese ningún astronauta volador. Pese a la decepción, «God Save the Olympic Games».