Actualidad
Conversación con banquero (IV)
Durante más de una hora he estado departiendo casi a solas con el banquero. El resto de los presentes se ha limitado a formar algún corrillo distinto donde abordan los temas más peregrinos o ha terminado por sentarse a nuestro alrededor para contemplar la conversación y, ocasionalmente, intervenir. A estas alturas tanto ellos como yo tenemos un enorme interés por saber qué es lo último que le falta a España para salir del marasmo en que la ha sumido la acción conjunta de ZP y de sus aliados nacionalistas. «Hay un terreno en el que han retrocedido ustedes espectacularmente durante los últimos no siete sino treinta años», dice finalmente el banquero. «Ni siquiera durante los años dorados de Aznar fueron capaces de remontarlo». «¿Cuál?», interviene una señora con aspecto de capacidad casi indefinida para soportar operaciones de cirugía estética. «La educación», responde el banquero. «Son ustedes una verdadera calamidad en el área de la educación». «Bueno, no sé...», intento comenzar una defensa en la que no creo en el fondo. «Su universidad, y perdone que lo diga de manera tan directa, es una pila de excremento. No tienen un solo centro universitario entre los 150 primeros del mundo. Ni uno. Delante de ustedes están Corea del Sur, Singapur, Nueva Zelanda... Para morirse de vergüenza. Créame. Podrían despedir a todos los rectores y a casi todos los catedráticos en activo y no perderían casi nada en comparación con lo que podrían ganar». «Me parece un poco radical...», llego a balbucir. «En absoluto», me dice. «Estuve realizando un curso en España hace algo más de cuarenta años. Por aquel entonces, contaban todavía ustedes con catedráticos que constituían un punto de referencia internacional. Daba lo mismo que enseñaran derecho romano o árabe, Historia de España o griego. Ahora mismo los que logran ser publicados en el extranjero y merecen la estima académica no enseñan en la universidad y los que enseñan en la universidad son completos desconocidos en el campo científico internacional dada su falta de calidad académica». «Es usted muy radical...», repongo. «Sabe usted de sobra que no es así», me corta. «Hay españoles que enseñan en Cambridge o en universidades de Estados Unidos, pero los mediocres que pueblan los campus españoles no les dejarían enseñar en España. De hecho, nunca podrán volver. No, amigo mío, en este terreno como en otros, el español que valga la pena sólo puede irse de España. Pues bien o colocan el mérito por encima de las influencias y las envidias, o recuperan ustedes esos cerebros y expulsan a los adoquines que ahora mismo ocupan los departamentos universitarios o...». «O tenemos poco que hacer», creo concluir la frase. «No, no poco», me corrige. «Nada. Nada en absoluto». Definitivamente, el tiempo aquí resulta deliciosamente suave o suavemente delicioso. Exactamente, todo lo contrario de lo que sucede en España.
✕
Accede a tu cuenta para comentar