Artistas y policías por Sabino Méndez

Les contaba hace unas semanas cómo se me ocurrió enrolarme por primera vez en una candidatura para colaborar en deshacer el entuerto este de la SGAE. Bien. Ya habrán comprobado que el don de la oportunidad no es el que precisamente dirige mi vida. De golpe, me he encontrado en medio de un barullo de periodistas, jueces, guardias civiles, defraudadores, golpes de efecto, titulares mediáticos, socios enfrentados entre sí y opinadores furibundos ante los cuales parece casi una soberbia intentar imponer un poco de sentido común.

El patio está realmente muy revuelto y, en los peores momentos, para tonificarme, recuerdo a Hans Magnus Eszenberger y su definición de los «desarticuladores de conflictos». Para él, ese tipo de personajes (Suárez, Gorbachov) eran los verdaderos protagonistas positivos de la Historia, en la medida que evitaban luchas fratricidas y concitaban simpatías a un lado y a otro.

Yo, como todo hijo de vecino, quiero que me quieran, y estos días me acuerdo de amigos míos guardias civiles de los que hace tiempo no sé nada. Si se ven obligados a registrar mi domicilio ya les aviso que encontrarán de fondo de armario unos calzoncillos de gasa que juro nunca me he puesto y que le tocaron a mi esposa en una despedida de soltera. Siempre pensaba en tirarlos, pero nunca he encontrado el momento. Espero que no sean usados en mi contra.

También me pregunto si se me permitiría sugerir con toda humildad al juez Ruz la posibilidad de incluir en los autos de registro un procedimiento recomendando a los agentes que, de paso, cambiaran las sábanas, pusieran una lavadora y pasasen la aspiradora. Con tanto lío, estos días no he tenido tiempo para nada y no cuesta nada quedar bien y rentabilizar así, además, los esfuerzos del presupuesto público.