Castilla y León

Herrera propone ajustar a la realidad el modelo de financiación autonómico

Castilla y León aplicará a las cuentas de 2012 «austeridad y eficiencia» pese al «enorme grado de incertidumbre» que hay. 

El presidente de Castilla y León, Juan Vicente Herrera, durante su alocución, en la apertura del Curso Económico de la Comunidad, en la que se dieron cita cientos de empresarios
El presidente de Castilla y León, Juan Vicente Herrera, durante su alocución, en la apertura del Curso Económico de la Comunidad, en la que se dieron cita cientos de empresarioslarazon

La fuerza de un huracán tenían las dos orejas de Manzanares. Esta vez sí. En el quinto. Un «victorianodelrío», herrado con el número 6 y acapachado de cornamenta, descolgó el cuello y se puso a embestir como si no hubiera tiempo. Despacio, noble, para paladares exquisitos. Y se encontró con unas manos de puro caviar. Ni soñándolo se puede torear más despacio. Manzanares nos hizo crujir a ritmo de balada. Suavidad al límite, naturales de trazo infinito, parsimonia sin fisuras y dueño del temple. La belleza de lo que hacía era brutal. Como inmenso fue un cambio de mano que iba sin remedio a morir en el infinito. Dos muletazos en uno. Gloria bendita torero. Pero no se alimentó la faena de remates. Sumaban, pero antes había acariciado las embestidas para convertirlas en sublime toreo. Y sobre todo al natural, la mano lesionada por la que ha pasado diez veces por el quirófano y le espera una más al final de temporada. Pues por ahí mostró el misterio. Lentísimo. Ajustado. Limpio. Puro. Bello. Intenso. Un fogonazo. Deliciosa faena que buscó la muerte, otra vez, en la suerte de recibir y en dos tiempos dejó la espada perpendicular. Fueron las dos orejas más rotundas de lo que va de feria. Menos eco tuvo la faena del segundo, que se dejó sin rematar.

Hubo momentos en los que la tarde se puso en cuesta. Y tanto. En una hora y tres cuartos se habían lidiado tres toros y había saltado un sobrero que tuvo que volver a corrales descoordado en el caballo. Otra eternidad se nos fue ahí. Según salíamos de la plaza, se cumplían las tres horas de espectáculo y los tres toreros a hombros.

El que antes se salió del pelotón fue El Juli con el primero, un toro que se apagó pronto y el madrileño encendió la mecha poniendo todo de su parte. Hasta acabar con un arrimón con sentido y consentido. La espada y dos orejas de un palco, como viene siendo habitual, demasiado blando. La actitud de Juli fue intachable, como en el sobrero bis de Zalduendo, paradote y con pocas cosas positivas. Lo intentó llevar muy atado a la muleta y acabó por cortarle una oreja.

Talavante reaparecía y no se dejó ganar la pelea. En el sexto, después del hartazgo Manzanares, era difícil salir e interesar. Lo que no dio el rebrincado toro al que le costaba repetir, lo puso Talavante aguantando paradas a mitad de viaje. Y toreo en cercanías. La rebelión. El tercero dejaba estar, con las fuerzas contenidas, al límite, añadiendo traspiés y penalizando los tirones de Talavante, que tiró de empeño. A la corrida de Victoriano del Río, más terciada que los días anteriores de presentación, le salió cara con el esplendor de Manzanares, que pasó a la enfermería entre toro y toro por no encontrarse bien, y los arrestos de Juli y Talavante. En la eternidad del festejo hubo toreo, del bueno. Por una faena así, más de uno peregrinamos al ¿infierno?