Turquía

Juventud estafada

La Razón
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A medida que pasa el tiempo me maravillo cada vez más de la impermeabilidad de la burbuja en que viven los políticos. Sin ir más lejos, hace unos días ZP se llenaba la boca hablando de los logros sociales en que sobrenadamos repitiendo así la cantinela propia de los sindicatos y demás entes costosos y demagógicos. La realidad es que el presente –y el futuro– de ciertos sectores sociales resulta verdaderamente pavoroso. Sin duda, uno de los más perjudicados es el de los jóvenes. En primer lugar, un sistema educativo desastroso –salvo para los que se encaramaron a él sin saber hacer la o con un canuto– ha logrado que ya rondemos el treinta por ciento de fracaso escolar. Uno de cada tres estudiantes no tiene siquiera un título mínimo, siendo doble la proporción de fracasados en la escuela pública que en la concertada o la privada. En toda la OCDE, sólo Turquía y Portugal tienen cifras peores. Por añadidura, los jóvenes entre 16 y 18 años cuentan con escasas posibilidades de acceder al mercado laboral gracias a la legislación supuestamente social impuesta por UGT y CCOO. El trabajo –es un decir– de los sindicatos ha conseguido que en la OCDE incluso Portugal esté delante de España a la hora de brindar empleos a los jóvenes entre 15 y 20 años. Cualquier empleo todo hay que decirlo porque en el terreno de los fijos España es el país de la OCDE en peor situación –incluso por detrás de Turquía y Portugal– en lo que se refiere a jóvenes de menos de treinta años. Ni siquiera los universitarios o los técnicos medios disfrutan de la menor garantía de conseguir un empleo estable. Se trata de una circunstancia triste, pero más que comprensible teniendo en cuenta que no tenemos una sola universidad entre las ciento cincuenta primeras del mundo; que las cátedras las han ido ocupando en multitud de ocasiones ceporros sectarios a los que favorecía una ley ad hoc parida por socialistas y nacionalistas y que el debate académico, el aprendizaje de idiomas o el mero esfuerzo se desprecian cuando no se proscriben. Tener un título universitario en no pocos casos no garantiza absolutamente nada y los que hemos tenido la triste ocasión de comprobar la formación con que las nuevas generaciones salen de las facultades no sentimos sorpresa ante ese dato contrastado aunque sí un profundo dolor. Así, en España se ha creado una generación de no menos de 750.000 jóvenes que, nacidos entre 1985 y 1995, ni estudian ni trabajan. Por añadidura, los que sí cuentan con un empleo, por regla general, no están para lanzar cohetes. De esta manera gracias a la demagogia demencial de la izquierda, al derroche enloquecido de los nacionalistas, a la descerebrada dictadura sindical y a la intolerable tibieza de la derecha, contamos con una tasa de desempleo juvenil superior a la de Egipto. Añádase a lo ya dicho el suplicio de décadas que, gracias a los ayuntamientos, los constructores y las entidades bancarias, implica adquirir una vivienda y díganme ustedes con el corazón en la mano si esta juventud que puede abortar a los catorce y que se ha adentrado en grandiosas elaboraciones filosóficas como la ideología de género o la alianza de civilizaciones no es víctima de uno de las mayores estafas de la Historia.