Cataluña

Ministros o patos cojos

La Razón
La RazónLa Razón

En tiempos de ZP, parece que ser ministro ya no es lo que era. Bien es verdad que la laboriosa Teresa de la Vega resiste infatigable al desaliento, el intrigante Rubalcaba es incombustible y Pepe Blanco ha mejorado de hechuras y de discurso desde que es ministro. Unos profesionales. Pero ni todos descubren como ellos la erótica del poder, ni todos esperan al consabido cese, hasta el punto de que, en este país, hemos pasado de aquellos despidos de ministros que hacía Franco, fulminantes mediante un diligente motorista, a estos de ahora, donde los ministros se despiden solos, mandándole ellos el motorista al presidente. De momento van dos. Pero, oigan, en una semana. Dos patos cojos en un gobierno tocado, hasta que Zapatero se decida a cerrar la crisis.
Corbacho, hombre prudente y paciente, se esperaba otro ministerio distinto al de Trabajo, tras haberle puesto la mejor cara al peor paro, durante dos interminables años. Seguir en la tortura de Trabajo no es tarea que compense ni profesional ni familiarmente, y en Cataluña, tras la debacle electoral y la marcha de Montilla, se podrán abrir grandes posibilidades de liderazgo para él, todo un referente en su tierra.
Pero lo último ha sido lo de Garmendia. Gracias al anuncio de su marcha hemos conocido que la ministra existía. Aburrida. Todo hace suponer, pues, que esta larga crisis de gobierno –abierta desde el fin de la presidencia española– se la cerrarán a Zapatero, en octubre, los ministros cesantes sin que el presidente tenga que mover un dedo.
De todo lo más inquietante es que Zapatero, a estas alturas de la debacle, ni siquiera lleve un cuaderno azul pretendiendo ajustar ministros a sus tiempos y a su antojo, como hacía Aznar. Pero es que, quizás, a esta alturas, los ministros ya no se dejan atar en corto y prefieren volar solos. Lo que vulgarmente se conoce por tocar el pito del sereno. Lo dicho, aquí hemos pasado de los agradecidísimos ministros como aquel Carrero Blanco que decía «tenemos un caudillo excepcional, uno de esos regalos muy grandes que hace la Providencia a las naciones cada tres o cuatro siglos», a los ministros que le dejan plantado al presidente. De aquel Fernández de la Mora que decía que «Franco es el hombre más importante que ha tenido España por lo menos desde Felipe II», a estos desdenes del ahí te quedas. El último, el del jueves, cuando el Gobierno en pleno plantó en el Congreso a Zapatero, le dejó solo – junto al más solo Corbacho– para defender la reforma laboral. Por momentos me temí que el Gobierno se había cesado al completo. Pero ahí siguen, como patos cojos, abucheados por los hermanos del sindicato, quién se lo iba a decir a Zapatero, que presume de dormir con el carné de UGT en la mesilla. Éste sí es el síndrome de La Moncloa, cuando la soledad te atrapa entre cuatro paredes, y también fuera de ellas. Desde luego ser ministro no es lo que era. Pero, por lo que se ve, ser presidente, cuando se viven las horas más bajas, tampoco.