Murcia
Revolucionarios del salón por Pedro Alberto Cruz
Tener años, aparte de ser un latazo, permite conocer del pie que cojean determinadas –muchas- personas, saber cuál ha sido su trayectoria, y los medios utilizados para llegar al «escalón» desde el que miran y vigilan a los que no forman parte de su pandilla.
Este grupo de personas tiene a bien, pese a sus incontables actividades, dedicar su tiempo a poner en evidencia los males que aquejan a la sociedad cuando no son los suyos los que la controlan (y utilizo el verbo sin segundas), a dejar constancia del disgusto que tienen al ver los «caminos de la salvación» vacíos, al constatar que pocos atienden sus continuas proclamas, y que la ideología por la que lucharon –y que les sirvió para tener lo que tienen y sin visos de que lo donen- pierde radicalidad.
Y desde su bodega, desde su chalet, desde su retiro pagado, desde su coche de alta gama, desde su enfado al perder las subvenciones, y acompañados por el «coro de los grillos» que ni tan siquiera saben «cantar a la luna», hacer oír su verbo ardiente, claman contra todo, añoran la utopía (¿?), piden horcas y guillotinas para los contrarios (incluso para los que los han alimentado y alimentan), niegan la legitimidad del voto, y alientan revoluciones sin moverse del salón, sin poner en riesgo su acomodada posición, sin abrir la boca cuando uno de los suyos vomita sandeces.
Estos revolucionarios de salón, a los que las llamadas redes sociales permite tener público (amigos, dicen) afín y endogámico, son los nuevos mesías de la nada, los nuevos conspiradores –cuando no están en el poder- que desde la seguridad de su buen vivir (y que nadie se atreva a tocarles lo suyo) traman conjuras y se entretienen imaginando al enemigo machado; son la nueva clase «alta» que empieza a tenernos hartos.
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