Grupos
Amor de posavasos
Alguien me ha preguntado por correo a qué se debe mi costumbre de relacionarme con las mujeres enviándole notas manuscritas en los posavasos de los bares. ¿Timidez? ¿Cobardía? ¿Deformación profesional? Como me da mucha pereza desplazarme a la estafeta de Correos, le contestaré aquí mismo para decirle que el posavasos me ha sido siempre más útil que el contacto personal, no porque prenda al hablar, sino porque si digo algo inconveniente, en vez de partirme la cara, ella por lo general se conforma con romper en pedazos el papel. Por otra parte, también a ellas les viene bien ese modelo de comunicación. Es distante, preventivo, higiénico y no genera dudas que no puedan adaptar a su estado de ánimo. Si algo de lo que escribes le molesta, puede fingir no haberlo entendido. Mi mala letra se presta a entender cualquier cosa, sea buena o mala, de modo que ellas entienden lo que más les conviene. Pero si por algo recurro a los posavasos de papel es sobre todo porque nadie me interrumpe mientras «hablo». Y también porque la literatura es el arma más útil de la que puede disponer un tipo que por lo general lleva poco dinero en los bolsillos. Comprendo que no hay nada mejor que el contacto directo, cara acara, en esa distancia en la que un aliento le para los pies al otro aliento, pero, ¡qué demonios!, a mí siempre se me ha dado mejor el cuerpo a cuerpo por escrito. A lo largo de muchos años de insomnio y caligrafía he conseguido despertar su sonrisa y también su llanto y aunque es cierto que las más de las veces he dado con pésimas lectoras, no lo es menos que fue por los andurriales de mi caligrafía por donde se acercaron a mí las mujeres más inolvidables que conozco. A la larga no queda de muchas de esas relaciones otra cosa que el recuerdo del humo de los cigarrillos y un puñado de apremiante literatura de posavasos, pero al menos a ellas les fue útil para sobrellevar la tediosa madrugada en el bar y a mí me sirvió para reafirmarme en la idea de que en el recuerdo de las manos transeúntes de un hombre no siempre el dinero que mueven es más sólido que la caligrafía que se incuba en ellas. Me dijo de madrugada una fulana en un garito: «Con tal de que fuesen sinceras, no me importaría que las cosas que me dices las escribieses con luz de mechero al lado de tu firma en un cheque sin fondos». Supongo que eso lo dijo porque ya me había cobrado mis sentimientos en efectivo. La verdad es que la literatura raras veces paga al contado.
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