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López Iturriaga: «Se sabrá que no hubo nada entre Fernando Martín y yo»

López Iturriaga: «Se sabrá que no hubo nada entre Fernando Martín y yo»
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–¿Ha cumplido los cincuenta, ¿se nota el deporte que ha hecho en la carne y en el cerebro?
–Se nota en ambas cosas, pero casi más en la carne.

–¿Se imagina cómo hubiera sido su vida sin el baloncesto?
–No, la verdad es que no y cuando ocurre me imagino de delantero centro del Athletic Club de Bilbao, o sea que a partir de los 30 creo que hubiera tenido la misma vida.

–¿Practica algún deporte?
–Menos del que debería y más del que me gustaría. Voy al gimnasio.

–Y el otro deporte es escribir, «Antes de que se me olvide», (su biografía), ¿no?
–Sí, ha sido una vocación tardía. Estuvo latente desde los veinte y ha reventado a los cincuenta.

–Dígame, ¿desvela en su libro algún secreto de vestuario?
–Yo creo que sí, pero es un secreto; que lean el libro.

–¿Y exagera un poquito, como sucede en todas las biografías?
–Sólo en nombre del humor, pero muy poco.

–Lo peor que ha contado es su fracaso periodístico con Michael Jordan.
–Creo que lo peor que cuento son mis desgracias personales. En comparación con eso, la entrevista con Michael Jordan, que tenía que haber ocupado páginas y páginas de «El País» y que casi no dio ni para titulares porque Jordan no estaba por la labor, no fue más que una simpática anécdota... Y como era secreto, mi reputación no quedó dañada.

–Y por fin sabremos que no hubo nada entre usted y Fernando Martín...
–Por fin, efectivamente, ya era hora. Pero lo que pasa es que me da un poco de pena que esa leyenda desaparezca, aunque habrá gente que no me crea. Es como darte cuenta de que en la curva de Majadahonda no hay una chica, no hay un fantasma; las leyendas tienen su punto.

–Y que tiene un cociente intelectual enorme, como el pie y como... ¿qué más?
–Como mi bondad y mi ego. Son las tres cosas que tengo superlativas; otras las tuve, pero ya no puedo alardear.

–Dejó ingeniería industrial por el basket a falta de cinco asignaturas, ¿volvería a hacerlo?
–No lo dejé por el baloncesto, lo compaginé... Lo dejé porque creí que ya había cumplido su función en la vida. Yo cada vez creo más en el camino que en los objetivos y en ese momento el objetivo fue fantástico y el objetivo final que era terminarla... Pues no lo hice.

–Y de haber podido, ¿no hubiera elegido, por ejemplo, el fútbol, donde se gana mucho más?
–Seguramente si en vez de medir 1,80 con doce años hubiera medido un poco menos, pues a lo mejor ese entrenador que me cogió de una oreja igual no me hubiera cogido y yo hubiera intentado seguir en eso que era mi absoluta pasión, que era el fútbol. Pero no por un tema de dinero, por lo menos en esas edades: yo no quería ser futbolista por dinero, sino porque me gustaba el fútbol y soñaba con jugar en San Mamés.

–Volviendo al baloncesto: confiese que es verdad, que vio a Romay ponerle un tapón a Michael Jordan, o lo soñó.
–No lo vi en directo, lo vi grabado y puedo asegurar que es cierto.

–¿La plata que se puso en los Juegos de 1984 es el hecho más relevante de su vida?
–No, tajantemente no.

–Si los pone en la balanza, ¿qué le gusta más, ser jugador de baloncesto o ser comunicador?
–Yo creo que hasta los treinta, la vida o el poder de jugar a un deporte como el baloncesto y en un equipo como el Madrid y la Selección no se me ocurren vidas mejores. Pero creo que después, no elegiría. Son dos planos diferentes. Lo importante es que llevo cincuenta y dos años dedicándome a lo que me gusta.

–¿Y ahora a qué se dedica exactamente?
–Pues a un poco de todo. Básicamente cada vez escribo más y hago menos otras cosas: colaboraciones, conferencias, comento partidos en verano... Toco bastantes palos, lo cual me satisface, porque me cuesta dedicarme a una sola cosa.


En primera persona
«Nací en Bilbao en 1959. Estoy casado, tengo dos hijos y me siento orgulloso de mi vida. Me arrepiento de haber aprendido cosas con diez años de retraso. Valoro el buen rollo y creo que transmito buenas vibraciones. Soy socialmente competente y tengo más de una habilidad profesional. Perdonar me cuesta mucho más que olvidar, que es una de las cosas maravillosas de nuestro cerebro. A una isla desierta me llevaría un avión para salir de ella. Nunca digo que no a un arroz a la cubana ni a una cerveza fresquita. No tengo manías ni soy supersticioso. No tengo sueños que se me repitan y si los tuviera se los contaría a mi psicoterapeuta. De mayor me gustaría ser más joven y si volviera a nacer creo que volvería a ser Iturriaga».