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Debe dimitir el Rey por Cristina López Schlichting
Ya, ya, se dice «abdicar», pero he escrito «dimitir» para que quede claro que lo que algunos le exigen al Monarca es que deje el trabajo. En España, donde han permanecido en sus puestos jefes corruptos de autonomías, bancos, sindicatos, ministerios y gobiernos, se grita a un Rey que se ha matado a trabajar por la nación que abdique. Lleva cuarenta años viajando por el mundo, saludando mandatarios peñazo, leyendo discursos, haciendo gestiones, comiendo y cenando en esas comidas y cenas donde sonríes mientras masticas y bebes mientras aguantas rollos de anfitriones mortales, todo por el bien del país y, de repente hay quien decide que cuarenta años, oiga, no son nada, porque ¡menudo escándalo el de un matrimonio real tan mal llevado! Ocurre que los que más fuerte gritan ni siquiera son especialmente forofos de los vínculos sacramentales eternos. Ni siquiera del más moderno matrimonio civil. Qué va. Más bien consideran antiguo que Ricky Martin obtenga un par de gemelos por inseminación artificial o que las cantantes famosas vivan en trío. La verdad, me resulta muy difícil entender que ciudadanos tan flexibles, de repente se queden sin aliento por el hecho de que Doña Sofía y Don Juan Carlos tengan desavenencias conyugales. O que esa mala convivencia haya dado lugar a comportamientos «escandalosos» (según los obsoletos cánones de antaño, les recuerdo). Que yo sepa, no hay nadie en España que no tenga en su familia amplia una separación, un adulterio, un drama conyugal. Que los Monarcas compartan el drama nacional es, si me apuran, lo normal. ¿O es que son marcianos? Que las mismas personas que defienden la poligamia o el sexo grupal se rasguen las vestiduras porque los Reyes tengan problemas familiares es, cuando menos, pintoresco. O hipócrita. Les propongo a tan radicales torquemadas, partidarios súbitos del orden y el ejemplo público calvinista, un ejercicio de indulgencia, que es una cosa desfasada que practicaban nuestros ancestros en tiempos de la religión. La cosa va de compadecerse del prójimo y entender que lo que le ocurre también puede llegar a pasarte a ti. Los psiquiatras y psicólogos llaman a esto «empatía». Si nos pusiésemos empáticos con nuestros Reyes, los dejaríamos básicamente en paz en lo que a su vida privada se refiere. Eso excluye naturalmente viajes inconvenientes (Botswana) o prácticas inadecuadas (caza de ricos en tiempo de pobreza), pero convendrán conmigo en que eso no es relevante frente a una brillante y abnegada carrera de 40 años. Y a nadie se le ocurrirá echar la culpa al Rey de lo que pueda haber hecho su yerno, que ya está ante los tribunales. En ese espacio de privacidad construido a base de compasión y respeto por lo ajeno, el Rey y la Reina serían libres de cambiar comportamientos de cara a su vejez…o no. Pero creo que es de justicia pedir que se les deje envejecer y morir en paz. Porque eso ya se lo han ganado con creces. Y que dimita el que pueda tirar la primera piedra.
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