Literatura

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El pasamanos

La Razón
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Al cabo de algunos meses de relaciones a salto de mata, me dijo de madrugada en su casa mi querida B.: «Ahora que esto va a menos y se presiente el final, no sabría decirte con absoluta seguridad por qué diablos me lié contigo, te metí en mi vida y te colé tan a menudo en mi casa. Puede que fuese debido a que me calaron hondo las cosas que me decías, o por tu arbitraria y arriesgada manera de vivir, tal vez porque a veces cuando hablabas era como si me blasfemase un santo en la boca, quién sabe si incluso he sido lo bastante estúpida como para que del cebo me gustase sobre todo el sabor del anzuelo… En realidad siempre supe que era una sincera patraña poética aquello que me decías de que un día escribirías una novela en el vuelo de mi vestido de novia. Hace poco me dio por pensar que lo que de verdad me unió a ti fue tu corpulencia, esa evidente sensación de solidez, el aspecto de un hombre cuyas frases más penetrantes podrían en cualquier momento convertirse en algo no más delicado que un puñetazo. Al principio pensé que era tu alma lo que me arrastraba hacia ti. También supuse que siempre resultaría agradable complicarse la vida con un hombre que tiene un sentido obsceno de la dignidad y es capaz de enfriar el cuerpo con su propio sudor, como un buey con el aliento en rama y las vísceras de hielo. Pero no se trataba de nada de eso. Ahora sé que si me lié contigo fue porque, como le ocurre a tantas otras mujeres, siempre encontré excitante la idea de mezclar en el tendal con las de mi marido las camisas de otro hombre». Al margen de que algo semejante sea creíble, te preguntarás cómo diablos puedo recordar al pie de la letra al cabo de los años un discurso tan largo. Es fácil de explicar. Ocurra lo que ocurra en su vida, uno siempre recuerda mejor las cosas que jamás le sucedieron. Y sobre todo, lo cuento así porque a veces la realidad sale ganando si tienes la suerte de poder tergiversarla. Si hubiese anotado lo que aquella noche me dijo en su piso mi querida B., el párrafo sería menos detallado y sin duda más contundente: «Esto se acabó. Es la tercera noche consecutiva que confundes mi nombre. Aunque de tus frases siempre encontré más excitante la lengua que la sintaxis, lo cierto es que en mi vida el sexo no lo es todo. No digo que no haya disfrutado contigo todo este tiempo en cama, cielo, pero, sinceramente, puedo conseguir lo mismo deslizándome desnuda por el pasamanos»...