Historia

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Aprendiendo del país del sol por Sabino Méndez

La Razón
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El drama geológico y científico que ha asolado Japón esta última semana será, a la postre, el indicio más claro de la buena o mala salud de la democracia japonesa establecida tras la Segunda Guerra mundial. En la gestión de la catástrofe, el gobierno japonés, los ciudadanos de ese país y los mecanismos internacionales de colaboración y control se han tropezado con un viejo enemigo que las nuevas democracias nacidas en la segunda mitad del siglo XX conocemos bien: la insinceridad de los gestores. Debido a su traumático pasado, hay en Japón una amplia tradición de negación de los hechos. Es algo lógico en un país cuyas estructuras sociales y culturales tuvieron grandes responsabilidades en los desastres no naturales del siglo pasado, en los cuales terminó ejerciendo un doble papel de culpable y víctima. En sus pensadores recientes, desde Maruyama Masao a Watsuji Tetsur o Tanabe Hajime, a través de la filosofía se busca un arrepentimiento que, intentando dar explicación a las responsabilidades, a veces termina pareciendo una elisión del pasado. A todo pensamiento nacional le cuesta decir lisa y llanamente que sus gestores pueden ser tan falibles, mezquinos y cobardes como cualquier ser humano. El heroísmo ya lo demuestra cada día la población civil. La verdad y la responsabilidad son los únicos caminos para superar una crisis tan importante. Lo vayan a conseguir o no, piensen ahora en nuestra península, con traumas similares aunque de bajo nivel tecnológico, dónde también se dan cicatrices finiseculares con dobles víctimas y verdugos. Si el brillo de la importancia de la verdad va a ser vital en ese país dónde han conseguido construir edificios que resisten estos embates, imagínense entonces cuánto no será en el nuestro, dónde, en un caso así, las construcciones hubieran caído como naipes.