Valencia
Aeródromo completo
Pisan fuerte a pesar del calor. La fe les mueve. Son una marea constante de color, banderas de países de difícil localización y cánticos en todos los idiomas. «Desde las once no han dejado de pasar grupos demandando agua», comenta el gerente de una estación de servicio cercana a Cuatro Vientos e invadida por peregrinos de todas las razas. La caminata avanzaba lentamente hacia los diferentes accesos.
Los voluntarios, atentos y con las mejillas sonrosadas por el calor, indicaban en inglés, español, italiano y francés, cada una de las entradas. En el acceso 2, Raquel, Javier, Jorge y Carlos tratan de pasar sin sufrir muchos empujones. Han viajado desde Valencia y es su tercera JMJ, pero ésta es especial: «Venimos con Álvaro –tiene 2 años– para transmitirle la fe», explica su madre. No es la única familia.
Dentro del recinto, familias numerosas se refugían, al igual que el resto de peregrinos, del sofocante calor. «Hemos montado sombrillas y una tienda de campaña», dice Ruth. Ni ella ni sus tres hijos están cerca del escenario. Les ha tocado el sector F8, pero no les importa. «Lo importante es que finalicemos la vigilia con ganas de expandir la fe. Se han perdido las raíces cristianas», añade. Javier, el mayor de sus hijos, no cesa de contar a los jóvenes que pasan: «¿Cuántos llevamos?», le pregunta a Jorge, su hermano pequeño.
Son 17 las carpas instaladas para que funcionen como capillas. Desde primera hora están llenas, aunque se iban a abrir con la llegada del Papa. El padre José María se ocupa de la número diez. En ella ya se han realizado 3 misas. «Ha sido algo espontáneo, al igual que las confesiones. Los grupos llegan y nos piden permiso para realizar su Eucaristía». La sombra y la búsqueda de oración ha llenado la tienda.
A las 16:00 comienza la animación. Uno de sus presentadores, El Pulpo, saluda a la marea peregrina: «¡Bienvenidos a la capital del mundo!». Y comienza la música. Las hijas del cacereño Marco Antonio le enseñan cómo bailar a Katie Perry mientras él, emocionado, asegura que «es absolutamente necesario que el Papa hable a los jóvenes». Las peregrinaciones han jugado un papel muy importante en su vida. Después de acudir a Canadá, le pidió la mano a su esposa.
«Buscamos a los padres de Miguel Durán. Se ha perdido», se oía desde la megafonía. Mientras, un grupo de frailes peruanos se deshacen de sus hábitos. «No podemos más», reconoce Fray Diomer. Su hermano, Fray Rolando, está convencido de que estas jornadas despertarán muchas vocaciones. «Todo surge de una curiosidad, de un choque con la palabra de Dios», explica. A pocos metros de sus tiendas de campaña, un camión de bomberos riega a los jóvenes. «Hemos utilizado más de 32.000 litros», asegura uno de los oficiales.
Once chicas de la Patagonia chilena aterrizan en Cuatro Vientos. Han hecho su propia peregrinación: vienen desde Pozuelo caminando. Nueve kilómetros. Sor Mónica y Sor Rosa pertenecen a las Hermanitas de los Ancianos Desamparados y contactan habitualmente con jóvenes: «Los adolescentes tienen sed de búsqueda, pero no saben dónde hacerlo», aseguran.
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