China

Prostitución y esclavitud

La Razón
La RazónLa Razón

Hace un tiempo traté de razonar en estas mismas páginas por qué creía yo que debían legalizarse las drogas y la prostitución. Dejando aparte el debate de las drogas, sobre el que mantengo la misma posición que entonces (opino que debieran ser legalizadas) lo cierto es que, desde entonces, he cambiado de criterio respecto a la prostitución de manera substancial.Por cierto, me enorgullece escribir en LA RAZÓN, el primer periódico español que renunció voluntariamente a los «apetecibles» ingresos que suponen los anuncios de contactos y prostitución en la prensa escrita y adoptó una actitud sabia y profundamente moral, consecuente con su ideario, respecto a un asunto tan delicado y vergonzante. Y eso, en estos tiempos de crisis y pérdida de ingresos generalizada, cuando eliminar ganancias de forma voluntaria no es precisamente una decisión cómoda. Doble mérito, pues.Mi opinión sobre la prostitución ha variado esencialmente en poco tiempo (el que ha tardado mi ignorancia en dejar paso a la realidad respecto al tema, reflejada en muchos trabajos de investigación y de campo): ahora estoy convencida de que debería ser ilegalizada. España es un país de tradición profundamente hipócrita, por eso mantiene a la prostitución en un espacio de absurda «alegalidad» (se hace como si dicha actividad no existiese), y si hay que sancionar a alguien, en la cadena de producción-consumo que significa el negocio, normalmente se castiga a las prostitutas. En nuestro imaginario social, tenemos una concepción de la prostitución bastante añeja, más propia de los años 50 que del MacMundo actual.Lo triste y cierto es que la prostitución en nuestros días se ha convertido en la práctica legalizada, y tolerada socialmente, de la esclavitud como actividad industrial. La demanda aumenta (los clientes) porque la mano de obra esclava (las prostitutas) es cada día más abundante y barata. Lo que los anuncios de contactos y meretricio de la prensa están encubriendo, como se ha demostrado repetidamente, no es más que un sucio negocio de mafias que explotan a esclavas sexuales procedentes de países «en vías de desarrollo». El consolador mito masculino de la puta vocacional no existe, no está vivo. No al menos dentro del alma de una prostituta eslava, latinoamericana, asiática…La cadena de depredación industrial de la esclavitud sexual contemporánea se compone de prostitutas (víctimas, producto, mano de obra esclava), minoristas (dueños de burdeles, chulos, proxenetas), consumidores ávidos (unos clientes que... ¿saben que están comprando sexo de esclavas cuando pagan a una de esas chicas del Este «que podría ser modelo»?) y mayoristas o traficantes de esclavas que funcionan con los mismos criterios de una multinacional que vendiera ropa en el mundo desarrollado pero la fabricara en la India, el Este de Europa o China. El traficante obtiene sus productos «gratis» –mediante secuestro, extorsión, engaño, etc.– en países en los que la pobreza y el feminicidio (físico o social y económico) son la tónica, y luego los transporta a lo largo del planeta, vendiéndolos por paquetes económicos en lugares de Occidente con una gran demanda de artículos de bajo coste.