Nueva York
Con un iPhone para confesarse
La generación Benedicto XVI se sirve de las tecnologías para vivir su fe
MADRID- Agustín Torres, de 35 años, sacerdote y Franciscano de la Renovación desde hace 11 años, confiesa a la puerta de Virgen del Mar, parroquia obrera del barrio de San Blas. Se crió en Texas en una familia hispana sin fe, vivió una juventud de ocio y «demasiada fiesta», le dispararon, vio morir amigos en bandas o por las drogas y, una noche, en una discoteca, se dio cuenta que eso no daba la felicidad. En la JMJ de Denver se convirtió y después entró en los Franciscanos de la Renovación, muy activos en el trato con jóvenes. «El otro día uno vino a confesarse repasando una lista de pecados en su iPhone, y conozco otros que rezan el breviario también del iPhone», comenta. Pero en su experiencia, lo que los jóvenes piden a la Iglesia es que sea exigente. «Ellos saben cuándo les intentan vender algo, y el mensaje de Cristo les suena con frescura, con autenticidad, porque ven que incluye dificultades, y eso les inspira. Saben que la espiritualidad verdadera es difícil pero bella», asegura.
Al lado del fraile descansa, con un zumo y dos madalenas, el obispo Rolando Tria, de Infanta, una diócesis pequeña de Filipinas. Veterano de cinco JMJ, está convencido de un rasgo de la «generación Benedicto XVI» que definió el martes el cardenal Rouco en la misa de apertura: «Son capaces de entrar en oración profunda con facilidad, dejando a un lado las distracciones del mundo; lo he visto muchos países, se nota una mayor conciencia en la adoración, en la Palabra de Dios. Es un nuevo momento del Espíritu Santo», afirma.
Desastre y tiranía
Sorcha, Anna y Lydia, tres chicas de Oxford de 16 años, nos cuentan que son entusiastas de dos libros sobre disutopías que leían ya sus padres y abuelos: «El Señor de las Moscas», de William Golding, y «1984», de George Orwell. Por ellos entienden lo que el Papa ha predicado tantas veces: que las utopías sin Dios ni moral llevan al desastre y la tiranía. Aimee Fishwick, de California, tiene solo 15 años y lo que más le impresiona de la JMJ es «la sensación de ser comunidad», la unidad de tantos países y culturas. A su lado, dos chicas de Malta, Maria Spiteri, de 18 años, y Ann Marie Bonnici, de 23, explican que están intercambiando direcciones de correo electrónico y Facebook con jóvenes de otros países. Se ven como «una comunidad mundial».
Con hábito en Nueva York
- Agustín Torres, hispano neoyorquino, que se convirtió durante la JMJ de Denver, posa con unas peregrinas norteamericanas. Confiesa sin cesar y predica un Evangelio a la vez alegre y exigente que los chicos aprecian.
«La fe es algo serio»
- Yuly, Katty, Karolina y Adriana son chicas de post-confirmación en Virgen del Mar, en San Blas, y voluntarias en la parroquia. Si tuvieran un novio no creyente, le pedirían que se esforzase en conocer la fe y que la respetase.
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