Crisis política en Italia
Seducción o delito
A Berlusconi le crecen las velinas. No está en apuros, pero tampoco en su salsa. Se podría pensar frívolamente lo segundo de alguien que ha llenado las listas de su partido de antiguas reinas de la belleza, de exuberantes estrellas de la televisión y de espectaculares actrices. Pero ésta es otra historia.
No está en el centro de los focos por haberse erigido en un rompecorazones hortera y tramposo. Lo está por haber cometido presuntamente execrables delitos. Naturalmente, si Italia no fuese Italia, no dimitiría hoy mismo, sino que lo habría hecho hace unos años. Pero ahí están los sondeos. Y la mitad de sus compatriotas en absoluto se escandaliza por las juergas en Villa Certosa u otros centros para la bacanal, se solazasen o no menores de edad en las orgías de marras.
La defensa de Berlusconi vuelve a ser un ataque. Ése es su estilo. Pero ya no es creíble, si es que en el pasado lo ha sido cuando se le ha colocado en la picota por sus aventuras erótico-festivas. Se equivoca cuando denuncia la enésima conjura de una magistratura politizada y de una izquierda pendenciera, o cuando busca el ámbito de la intimidad como parapeto de sus presumibles abusos. La alegre moral de Berlusconi quizá le impida ver la diferencia entre seducir y delinquir y la raya ha podido ser traspasada. Los tribunales lo van a ver más pronto que tarde.
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