Asturias

La Fiesta más amarga de Zapatero

Ya sabía lo que le esperaba. Para él es ya la «tónica» de cada 12 de octubre. Y ayer, como era lógico, no fue una excepción. Al presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, parece que no le afectan los abucheos ni los pitos ni las peticiones de dimisión ni nada. Durante la aproximadamente hora y media que duró el desfile de la Fiesta Nacional, el presidente del Gobierno apenas cambió el semblante. Estuvo serio, apagado en ocasiones, tratando de quitarse un protagonismo que le acabaría acompañando a lo largo de toda la parada militar.

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No lo consiguió, pese a que la organización se había esforzado en minimizar a toda costa los gritos contra el presidente. No se anunció su llegada por megafonía –únicamente la de los miembros de la Familia Real–, los espacios reservados para los ciudadanos distaban demasiado de la tribuna de autoridades, sólo se colocó una pantalla casi «invisible» para que éstos pudieran seguir el acto, y la música aumentaba de volumen cuando entraba y salía el jefe del Ejecutivo. Aun así, hubo abucheos. En un desfile marcado por la crisis y los recortes, los asistentes no escatimaron en gritos y silbidos.

Zapatero llegó a la explanada del Santiago Bernabéu sobre las 10:15 horas. Pocos se enteraron y pudo disfrutar de unos 10-15 minutos de tregua hasta que salió a recibir a Sus Majestades los Reyes y a los Príncipes de Asturias. Fue entrar en escena y comenzaron los primeros gritos. «¡Zapatero, dimisión!», coreaban casi al unísono desde ambos lados del madrileño paseo de la Castellana. Fue el comienzo de la amarga fiesta del presidente. Se quitó entonces de en medio y dejó al Rey Don Juan Carlos y al Jefe del Estado Mayor de la Defensa (Jemad) pasar revista a las tropas, tras lo que llegó uno de los momentos más esperados del desfile, el descenso de dos miembros de la Patrulla Paracaidista Acrobática del Ejército del Aire con la bandera nacional.

Los aplausos del público y los «vivas» a España duraron lo justo y se transformaron de nuevo en gritos de «¡dimisión!» y «¡fuera, fuera!». Eso sí, apenas hubo variedad en las consignas coreadas por los asistentes.

Muestras de afecto

Tras izarse la enseña nacional, se produjo el momento más emotivo de cada 12 de octubre: El homenaje a los soldados caídos en acto de servicio al son de «La muerte no es el final». Un momento éste que, pese a lo solemne del mismo, se vio empañado por quienes desde el público no paraban de abuchear al presidente exigiendo su dimisión. Mientras, los familiares de los ocho fallecidos aguantaban estoicamente ante el mástil con una corona de flores y recibían el afecto de Don Juan Carlos que, uno a uno, los saludó.

Y de nuevo todos al palco de autoridades y, una vez más, pitos y abucheos. Daba igual que comenzara la parada, muchos siguieron con los gritos que, prácticamente, se silenciaban con el paso de los vehículos y los carros blindados por la Castellana. A partir de ahí, arrancó un desfile, que contó con unos 3.000 efectivos (casi mil menos que en 2009), 153 vehículos (frente a 209) y 50 aeronaves (58 el año anterior). Pero poco importaba la crisis. Los asistentes regresaron a sus casas entusiasmados.

La sección de motos de la Guardia Real abrió el desfile. Entre las novedades hay que destacar que, por primera vez, el desfile aéreo se intercaló con el terrestre. Así, tras el paso de los aviones volvieron a marchar las unidades de a pie, con los ya clásicos y aplaudidos legionarios, su cabra y su característico paso. En este grupo estaban también las enseñas de los ocho países iberoamericanos participantes (a falta de Venezuela). Las unidades a caballo de la Guardia Real y el Escuadrón de Sables de la Guardia Civil. El desfile se dio por concluido con el arriado de la bandera.

Era la hora de decir adiós a Zapatero, por lo que volvieron las marchas militares a todo volumen, gritos, muchos gritos, y un cantar que podría definirse como la banda sonora del 12-O: «¡Zapatero, dimisión!».


«Enjaulados» y a 500 metros de la tribuna
- La imagen es dantesca. Como si de criminales se tratara, ayer, muchos ciudadanos tuvieron que ver el desfile tras unas rejas. Pero esto no es todo, ya que, en su afán por evitar el bochorno al Gobierno han situado al público a más de 500 metros de las tribunas. Y como ellos, los medios de comunicación también son alejados de las autoridades, lo que complica, cada año más, la cobertura de este acontecimiento.