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El fariseo
Una cosa es que quien ya ha sido santificado acríticamente por la izquierda tenga derecho a la presunción de inocencia y otra que su arresto y eventual extradición obedezcan a maniobras políticas
Una cosa es que quien ya ha sido santificado acríticamente por la izquierda tenga derecho a la presunción de inocencia y otra que su arresto y eventual extradición obedezcan a maniobras políticas. A los tribunales no son convocadas las víctimas del sistema por serlo o parecerlo, sino personas sobre las que pesan acusaciones, de la naturaleza y la gravedad que sean, para clarificarlas. Y en este punto está el fariseo Assange.
Más allá de lo que dictamine la Justicia, pesan sobre su estirada y engreída figura serios interrogantes. Esas dudas recaen directamente sobre su intención y su catadura. Y es el momento de recordar que con frecuencia aquellos que se presentan con la vitola del rigor y la mesura, incluso de la bonhomía, son los primeros en vulnerar los preceptos y el espíritu de las leyes.
Quizá el problema de este peliculero australiano sea que a los ojos de un segmento sustancial de la opinión pública global ha dejado de ser creíble. Las audiencias, allá donde estén, se dejan cortejar y persuadir, incluso terminan entregándose a líderes con autoridad moral, a quienes se forjan una imagen de honestidad, de veracidad, de prestigio, de coherencia, de disciplina, de integridad. Y este traje le queda muy grande al hombre de quien deberá dilucidarse no si es un periodista, no si es un anarquista como sostiene la diplomacia estadounidense, sino algo mucho más grave: si ha perpetrado o no los más infectos y nauseabundos delitos.
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