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Violencia por Pedro Alberto Cruz
Parto del principio de que la violencia nunca está justificada (salvo cuando se hace frente a una agresión no buscada), y por eso este escrito no pretende atacar ni defender a nadie, pero tampoco dejar pasar por alto la manipulación que sobre ella se hace según se esté a un lado u otro de la raya marcada por las ideologías: nada es más abyecto en el comportamiento humano que argüir motivos cuando es el contrario el que la sufre, y clamar a los dioses de la venganza cuando es al propio.
Ya escribí que el dolor ajeno no duele, y menos si que el lo padece no es de la secta. En mis carnes de padre lo he padecido, lo he sufrido –y lo sigo sufriendo- y he comprobado hasta donde puede llegar la miseria moral de esos «personajillos» (sin categoría suficiente para hacerme perder la mesura) que, cuando les interesa, ponen el grito en el cielo y se suben al carro en marcha de la oportunidad.
Intelectualmente la violencia y el odio me son incompatibles, y emotivamente no los soporto. Su uso, físico y mental, es el que ha impedido que nuestra especie evolucione en aspectos no meramente instrumentales. Y seguimos viéndola interpretar el papel que se le asignó en el guión escrito a finales de noviembre. Nada es nuevo y nada sorprende sin necesidad de ser vidente.
No pertenezco a ningún partido político (mi sentido de la libertad no me lo permite), ni soy políticamente correcto (me parece un juego de sociedad), por eso para mí las ideologías (laicas o espirituales) son el cáncer que corroe a la sociedad que se deja arrastrar por ellas, y las adora cual nuevo becerro de oro. Y una pregunta, de la que no espero respuesta, sirve para dejar al desnudo la realidad de su influencia: ¿Qué pensarían los que insultan y amenazan si delante de sus casas, de sus sedes, una «multitud» enfebrecida les hiciera lo mismo?
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