Nueva York
Mercado artístico
El pasado miércoles la agencia de subastas Christie's vendió en Nueva York una escultura de Matisse por 48 millones de dólares. Ciertamente, es un disparate absoluto lo que se paga por las obras de arte. Entre el objeto y el precio hay una distancia tan abismal que incluso la razón se pierde. Que un trozo de lienzo o de metal pueda adquirir esos precios casi parece magia. O algo parecido: plusvalía pura, especulación absoluta. De eso, en el fondo, trataba la célebre serie de latas de excrementos producidas en 1961 por el artista Piero Manzoni. Sus «Merda d'artista», que debían ser vendidas al precio del oro, mostraban a la perfección cómo funciona el mercado del arte: transformando la mierda en oro por arte de magia –o, mejor, por «magia de arte»–. La verdad es que son muy pocos son los que han podido escapar a esta alquimia del mercado. Y eso que muchas tendencias del arte contemporáneo (el arte de acción o el conceptual) surgieron como reacción a la mercantilización y fetichización de la obra. Que yo sepa, el único artista –de los que exponen en museos importantes– que ha creado estrategias de resistencia efectivas sigue siendo Isidoro Valcárcel Medina, murciano afincado en Madrid cuya obra atenta contra la plusvalía artística: él cobra lo que vale el trabajo, lo que le ha costado el billete de autobús, los lápices que ha gastado para el dibujo, ni uno más. Y al final, para que su obra no adquiera un valor mayor que el que, de hecho, tiene, acaba regalando o donando las piezas. Habrá que confiar en que, en el futuro, los restos de sus piezas no acaben como fetiches de subasta. Cosas más raras se han visto.
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