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Cataluña

El niño Oriol

La Razón
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La familia Pujol no es fácil de entender. Son muchos. Jordi Pujol es un inteligentísimo político que sembró independentismo en Cataluña durante décadas mientras en el resto de España se le consideraba un «hombre de Estado». Le encanta el jamón cortado en finísimas lonchas. Habla muy bien varios idiomas –su español es perfecto–, pero ha dedicado tanto tiempo a la política que no ha terminado de pulirse en las cortesías. En cierta ocasión, convidó a comer en el Palacio de San Jaime a un grupo representativo de «ABC», en el que nos incluyeron a Antonio Mingote y a mí. Creo recordar que nos trasladamos a Barcelona Guillermo Luca de Tena, Luis María Anson, Mingote y el que escribe. Allí nos encontramos con Mauricio Casals y el que era delegado de «ABC» en Cataluña, Tomás Cuesta. Llegamos al Palacio de la Generalidad con un agujero en el estómago, y en pleno aperitivo, con gran ilusión, advertimos la aparición de un solemne camarero que portaba una bandeja jamonera.
La depositó en el lugar de la mesa más próximo al Presidente Pujol, y éste se comió todo el jamón. Después nos ofreció una formidable comida, pero del jamón nada más se supo. En aquel almuerzo, Pujol se mostró más español que la morena de Julio Romero de Torres. Y nos explicó el difícil equilibrio que tenía que mantener desde su cargo institucional para no herir la sensibilidad de su partido, que era hondamente nacionalista, pero nunca independentista. Esas cosas no las entendemos demasiado bien los que vivimos en la meseta, pero en fin… Y ya en el distendido ambiente del postre, nos confesó que ese equilibrio tenía que mantenerlo también en su casa, porque entre sus hijos había de todo, y su propia mujer, Marta Ferrusola, era partidaria de un catalanismo mucho más radical.
Meses más tarde se celebró otro almuerzo en la Generalidad. Los invitados eran los altos representantes del olimpismo español, entre ellos –obligado era–, el presidente del COE, Carlos Ferrer Salat, y el vicepresidente, Alfredo Goyeneche, conde de Guaqui. Goyeneche, un donostiarra madrileño –como tantos– y un señor como la copa de tres pinos, se sentó a la izquierda de la señora de Pujol. Ésta se dirigió a Goyeneche en catalán. –Señora, me encantaría hablar catalán, pero no sé hacerlo. Nací en San Sebastián y vivo en Madrid–; entonces la señora Ferrusola resolvió el problema de peculiar forma: –Entonces hablaremos en francés–. Oída la frase, el vicepresidente del Comité Olímpico Español se disculpó ante el Presidente de la Generalidad, se levantó de su asiento y se fue a comer al restaurante «Semon».
Escribo esto porque entre los hijos Pujol también se da esa aparente diferencia entre el nacionalismo y el independentismo. Jordi Pujol hijo se mueve mucho por Madrid y representa el catalanismo de Estado que disfrazó a su padre. Es bien recibido en todas partes y cuenta con el respeto de la Villa y Corte, tan abierta a todas las ideas. Pero el niño Oriol es diferente. Ese sale a mamá. Promueve el independentismo a ultranza. Vota con entusiasmo en los refrendos inútiles. Creo que era el que portaba la pancarta preolímpica de «Freedom for Catalonia». No recuerda que su padre ha sido un español privilegiado en todos los sentidos, y que a pesar de su doble juego, y más aún, a pesar de que ya se ha quitado la máscara del nacionalismo razonable –esto que he escrito es más que contradictorio, imposible–, todavía cuenta con la simpatía de muchos españoles no catalanes. No pierda ese tesoro permitiendo que su hijo Oriolín le destroce su estrategia. ¿Qué harían los Pujol sin España?