Sevilla
Los toros prohibidos por Carlos ABELLA
A principios de los ochenta, el nacionalismo catalán como movimiento sentimental y político, decidió ir paulatinamente alejándose de algunos puentes culturales con España. Y eligieron los toros como ejemplo de su lucha identitaria. Para disimular su verdadera y remota intención de siempre –la independencia–, colaboraron en la gobernabilidad –es cierto– pero es también su coartada favorita, pero de vez en cuando, sobre todo en vísperas electorales, seguían manifestando sentirse incomprendidos, incómodos en España. Por ello, primero regularon la prohibición de que los niños asistieran a las corridas. Luego, que se celebraran toros en plazas que no fueran fijas. Años después, ya con las plazas de Gerona, Figueras, Olot, Sant Feliu de Guixols, Lloret y Tossa de Mar cerradas por falta de actividad o por haber caído en la voracidad urbanística, se «divirtieron» organizando que muchas ciudades y pueblos de Cataluña se declararan «antitaurinos», entre ellas Barcelona, y votaron una ley de protección de los animales para que las corridas fueran prohibidas en la única plaza que quedaba operativa: La Monumental de Barcelona, la ciudad de mi infancia y primera juventud, la plaza donde se forjó mi afición, heredada de mi abuelo y mi padre, ambos catalanes. Finalmente, hace dos o tres años, un grupo de meritorios «excursionistas» recorrió Cataluña para recabar la firma de unos cientos de miles de firmas bendiciendo así una iniciativa popular, que llegó al Parlamento de Cataluña para que los diputados «no tuvieran más remedio» que votarla. Fueron los mismos que hace unos años derribaron al amanecer los toros de Osborne de las carreteras catalanas o quienes han organizado referéndum en miles de ayuntamientos, a favor de la independencia. La reaparición de José Tomás el 17 de junio de 2007 y su ejemplo, galvanizaron algo las conciencias de otros catalanes que decidieron dar la cara. Durante tres años, la plaza de Barcelona ha sido lugar de peregrinaje y de escenificación del concepto de libertad. Pero poco ha importado que voces claves de la Cataluña política o cultural se manifestaran en contra de la prohibición. Poco que el debate se llevara inteligentemente por «nuestra» parte de la tortura –como razón aparente– en contra de la libertad. Ha sido en vano. Y como el TC no les ha reconocido que son una nación, ¡Qué mejor ejemplo y respuesta que prohibir los toros para no parecer España! Ahora ya podrán decir a los extranjeros que visiten Cataluña que ésta no es como España, donde se tortura a los animales. ¡Qué importan los gustos de los «catalanes» de adopción de Jaén, Sevilla, Soria, Murcia, Teruel, Ecuador o Colombia ! El 29 de julio los promotores de esta aberración dirán: «Pero si son sólo mano de obra, pobres emigrantes. ¡Qué vayan a Ceret, Zaragoza o Castellón a ver toros!». Y exclamarán: «Ara si som una nació». Pero habrán destruido algo más importante que la identidad propia: la libertad de unos ciudadanos.
* Escritor y periodista
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