Roma
Lo que nos une por Julián Redondo
Fin del bloqueo. Rafa Nadal ha ganado dos torneos consecutivos a Djokovic. Si en Mónaco el fallecimiento del abuelo de Nole influyó en su ánimo hasta la derrota, en Roma ambos disputaron la final en igualdad de condiciones y venció el rey de la tierra... roja, que ha vuelto. En la mejor temporada del serbio, un año acaso irrepetible, Rafa tembló y fue incapaz de contrarrestar el tenis de su adversario. Perdió finales y el número uno. Podía identificarse con el trance que sufre Federer cuando al otro lado de la red aguarda él. Pero ha regresado y la liturgia que acompaña cada uno de sus saques ya no nos desespera, porque saca mejor. Y lo que era una eternidad, esa manía que empieza con el tirón del calzoncillo, prosigue invariable con el de una hombrera y la otra, después nariz, oreja, nariz y oreja, con toque final en la bola del bolsillo derecho, ha vuelto a ser las cosas de Nadal, más supersticioso que nadie. Pero es Rafa lo que nos une, con su tenis, tan diferente del de Federer, con su tesón, su deportividad, su personalidad, incluso con sus quejas, y, por supuesto, con la ilusión que le hace ser el abanderado de España en los Juegos Olímpicos de Londres. Tan sencillo es identificarse con Nadal como alejarse de posturas tan intransigentes, maleducadas y zafias como la de Marc Crossas, futbolista gerundense del Santos Laguna mexicano, reciente ganador del torneo Clausura. Cuenta «El Confidencial» que celebró el triunfo envuelto en la «estrellada» (bandera independentista catalana) –allá él, prefiero el gesto de Fernando Torres– y que desde su cuenta de Twitter pide silbar al himno español en la final de Copa. Si por un casual apareciera el viernes por el Calderón, no estaría de más que le expulsaran del campo por indeseable. Tan miserable es la llamada incendiaria del tal Crossas como pitar Els Segadors en el Camp Nou.
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