Andalucía
Gordos y felices
En Pizarra, un pueblo de Málaga, gran parte de la población es obesa. No entienden el motivo, aunque disfrutan de los bollos, los bocadillos y apenas hacen ejercicio. Es un mal que se extiende por España
En el autobús que une la ciudad de Málaga con el municipio de Pizarra, a 32 kilómetros de la capital, viajan un miércoles por la tarde cuatro personas. De ellas, una ocupa dos asientos. Es obesa. Se trata de un joven de más de 120 kilos, con sólo 17 años. Al fondo, una mujer de mediana edad muestra un sobrepeso considerable. Viste chándal y está comiendo un bocadillo. El pueblo malagueño en el que ambos se apean, Pizarra, tiene el mayor índice de obesidad en España. La tasa, de casi un 30%, se aproxima peligrosamente al índice medio del 33% de Estados Unidos, el país con más sobrepeso del mundo. Preguntados por el posible motivo de tal «premio» calórico, ambos vecinos se encogen de hombros. «No lo sé», contestan al unísono. La respuesta, lamentablemente, no es sólo para salir del paso.
Los habitantes entrevistados de la tranquila localidad andaluza, la mayoría con muchos kilos de más, aseguran no conocer exactamente qué los ha llevado a encabezar la lista de «los más gordos», como ellos mismos se definen sin concesiones a lo políticamente correcto. Tampoco parecen deprimidos. Ellos no saben por qué estan gordos ni tampoco parecen saberlo los millones de españoles que aumentaron el porcentaje de obesidad de un 17% a un 21% en los últimos 20 años.
Son las cifras de los recientes informes elaborados por hospitales públicos del país, entre ellos el IV Estudio Decre (Dieta y Riesgo de Enfermedades Cardiovasculares en España). La salud de los más de 7.000 habitantes de Pizarra se lleva analizando desde 1994. La plaga de la gordura ha ido creciendo en los últimos seis años. Entonces, la padecían el 27% de los habitantes. Pero no es problema sólo del municipio. Otros lugares de Andalucía y comunidades como Canarias o Extremadura rozan ya la tasa americana. La famosa dieta mediterránea, alabada en todo el mundo, parece haber pasado a la historia. No estamos sólo sobrealimentados, sino mal alimentados. Somos tan gordos como el resto.
La causa principal del problema, según endocrinos y nutricionistas, es un cóctel molotov de los siguientes factores: sedentarismo, mala alimentación, ausencia de ejercicio físico, elección de comida preparada (fast-food), rechazo a los platos más tradicionales, poca conciencia sobre el propio metabolismo y falta de tiempo para atender al cuidado personal, tanto mental como físico. «Tenemos que trabajar todo el día o buscar trabajo», ejemplifican los vecinos de Pizarra. Sin tiempo libre, coinciden los expertos, las posibilidades de reflexionar sobre la alimentación disminuyen. Con el estrés provocado por el empleo, por otro lado, aumenta la ansiedad. Se apuesta por la comida más rápida (sándwich o hamburguesa). La falta de soluciones saludables deja a la población en un callejón sin salida. En el municipio malagueño son muy conscientes de eso.
«Mucho complejo»
La familia de Loli Domínguez, de 40 años, es un ejemplo. Pesa 108 kilos y mide aproximadamente 1,67. Reconoce tener «mucho complejo» pero se queda sin palabras cuando se le inquiere por su adquisición progresiva de kilos. «La gente come peor que yo y engorda menos. ¿Qué hago?», pregunta retóricamente reafirmando las palabras con gestos. Su hija Miriam, de 16 años, se muestra tímida. Cuenta que tiene pocos amigos. Hace gimnasia un día por semana en el colegio. Nada más. A veces se propone salir a caminar, pero la fuerza de voluntad le falla. «No puedo comprarme ropa donde mis amigas, tengo que ir sola a tallas grandes», confiesa con tristeza. Su hermana menor, Claudia, de nueve años, tampoco habla mucho, aunque no pierde detalle con la mirada.
Mientras la conversación se produce en la tienda de ropa propiedad de la madre, en la calle Ermita, cerca del antiguo Ayuntamiento, un niño de la zona, entra y grita «gorda». Todos ríen y le restan importancia. Miriam, ya adolescente, niega con la cabeza, como si quisiera rebelarse desde el silencio. Antes de terminar la entrevista se echa a llorar. Asegura que quiere cambiar y no sabe cómo. Una clienta, María Arrebola, de 70 años, dice haber encontrado la piedra filosofal, el truco definitivo para la pérdida de peso. «Comer más verdura que un grillo», afirma riendo. No va descaminada. Arrebola ha perdido 10 kilos en cuatro meses. Un médico de Málaga, según relata, lo hace llevar el control calórico «a rajatabla». En la tienda, entre interrupciones y chistes, en un ambiente distendido y cercano, se apunta al obstáculo clave para perder peso: el sedentarismo. «Si es que no nos movemos!», exclaman.
Fatiga habitual
En las calles de Pizarra, repletas de naranjos y con vistas a la montaña, el visitante puede notar, a primera vista, que algo falla. Aunque se divisan personas delgadas, casi todos los vecinos muestran «barrigas de la felicidad», como ellos dicen, o, directamente, un exceso de grasa alarmante. La hermana de Loli, Antonia, prefiere no posar para la fotografía. Explica que fue a raíz del segundo embarazo cuando comenzó a engordar y que «antes, era muy delgadita». Las consecuencias del sobrepeso, según Antonia, se vuelven cotidianas. «No puedo subir la cuesta entera, me siento fatigosa, no ando ligera...».
En uno de los quioscos de chucherías, María Estrada, de 56 años, reconoce que algo hizo «mal» con su hijo Juan. El chico, de 32, pesa 250 kilos. Padece obesidad mórbida. «La primera vez que lo pesé, con siete meses, pesaba 11 kilos», afirma la madre. «No lo llevé a médicos ni a nadie porque no me gustan», reconoce. «Con 15 años se lo llevó la asistenta social. La obesidad es culpa de la familia paterna», sentencia la mujer, que tiene otros tres hijos.
Su vecina, Rosario Vera, de 58 años, menciona que su primogénito, Alejandro, de 29, pesa 130 kilos. «El problema es que no deja el picoteo», comenta a la otra madre, que asiente con la cabeza. Dos calles más arriba, Francisco Escudero, de 81 años, presume de lucir «poca tripa» (aunque algo sí tiene): «Yo camino mucho y no como esas salauras», declara refiriéndose a las patatas fritas y similares.
En la calle Constitución, María Aranda, de 46 años, comenta: «Ayer hice cazuela de patatas con alcachofas y zanahorias. De mis tres niños [de 28, 26 y 24 años], solo uno comió. Los otros se hicieron un bocadillo». Los malos hábitos están extendidos. La gente del pueblo va a caminar a las afueras, por prescripción médica, a lo que se conoce como «El Polígono». Desde las 7:00 a.m, muchos se preparan allí para el ejercicio físico. Las enfermedades a evitar, señalan los endocrinólogos, son el infarto, la diabetes, aumento de triglicéridos y ácido úrico, hipertensión y ciertos tipos de cánceres, como el de colon y de ovarios.
En la confitería Valero se exhiben las hipercalóricas delicatessen caseras made in Pizarra: en esta época, empanadillas de borococo. Nazareth Ávila, la dependienta, detalla los ingredientes: «Una masa hecha de almendra, batata, azúcar, canela...». Una bomba.
También se venden mucho las cañas de cabello de ángel y la bollería «de siempre»: palmeras de chocolate, cañas, mantecados... «Depende de cómo seas de dulcero, se compra más o menos», cuenta. «Pero todos comemos bollos...», reconoce. Algunos mayores del pueblo culpan a un factor antiguo: «El hambre que hemos pasado», asegura Lorenzo Gaubla, de 71 años. Cuenta cómo en los primeros años del franquismo no había mucho que comer en Andalucía. «Le quitábamos a los guarros las bellotas de la boca», exagera. «Ahora hay comida a punta-pala», añade.
Sobre su peso, dice no saberlo. «Más de 100, seguro, pero no voy a la báscula». En la farmacia del municipio, una nutricionista acude dos veces al mes. Las colas reúnen entre 10 y 15 personas. El farmacéutico, Roberto Gollonet, admite el problema: «En general hay mucha gente aquí preocupada por el sobrepeso». Pero la preocupación no es suficiente.
El nutricionista madrileño Jorge Pérez resume los malos hábitos en dos carencias generales: «Falta de tiempo y de conciencia». Además, agrega, «somos una sociedad cada vez más capitalista: trabajamos el doble para ganar el doble. Descansamos y disfrutamos,la mitad».
Sobrepeso de niño, adultos obeso
«La multitud de alimentos nuevos, es decir, no pertenecientes a nuestra cultura mediterránea, ha empeorado la alimentación por su densidad calórica», señala desde el hospital Puerta del Mar, de Cádiz, el endocrinólogo Luis Escobar. «El sobrepeso en niños crea obesos adultos». El contexto sociocultural influye. «La obesidad está relacionada con la pobreza. A menor nivel económico, más alimentos peligrosos. A menor cultura, menor conocimiento para luchar contra esta enfermedad».El nutricionista Santiago Morales incide en la educación. «Antes los juegos eran más activos, ahora con la play, el ordenador... se ha reducido la actividad física de los menores». El consumo de bollería industrial y chucherías preocupa a todos. «Los alimentos, cuanto más naturales sean, más contribuyen a adelgazar. El truco sería no hacer trabajar a la insulina, cuya tendencia es almacenar grasa en el tejido adiposo, entre otras acciones. Cuanto más natural sea la alimentación, menos trabajo daremos a la insulina», comenta Morales: «La naturaleza es sabia y el hombre un poco más tonto».
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