Hollywood
Álex y su «mosqueo» con los académicos
Niega que sea el hombre de moda en el cine español porque le aterra dejar de estarlo, pero en el último año no se ha dejado de hablar de él. 24 horas sin dormir y un conflicto diplomático, por culpa de su perro, le ha costado a Álex de la Iglesia llegar a San Sebastián desde el Festival de Toronto aún con la sonrisa en los labios que se le quedó cuando Tarantino le concedió el premio al mejor director y guión del pasado Festival de Venecia por «Balada triste de trompeta». La ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, le esperaba para entregarle el Premio Nacional de Cinematografía, que se le otorgó el pasado mes de julio, no sólo por su «trayectoria transgresora», sino por haber logrado como presidente de la Academia el «consenso» entre sus miembros y un mayor «acercamiento a la sociedad». Si en la gala de los Goya sacó el discurso del hombre de Estado que lleva dentro, ayer De la Iglesia se puso el traje de filósofo para lanzar una diatriba sobre la necesidad del sufrimiento para alcanzar el placer. Como ejemplo, la gestación y el parto de «Balada triste de trompeta»: «La hice a contrarreloj, como también mi vida. La premura hace que las cosas funcionen. La falta de condiciones idóneas estimula». Luego aclaró que esto servía también como discurso presidencial: «Creo que la única manera de sobrevivir y de avanzar es reconocer que las cosas no van a ser como uno quiere: nunca vamos a tener las condiciones óptimas de trabajo: ni el cine, ni la industria, ni la agricultura, nadie. Eso no es excusa para no seguir trabajando». Sinde, que estuvo bastante inspirada, calculó que le habían otorgado semejante distinción, dotada además con 30.000 euros, «por apocalíptico, porque ha dado con la fórmula». Y lo describió, más o menos, así: «Hace cine sobre su portera, sobre muchas porteras insignificantes, curas, chulos desahuciados, gente miserable y próxima; plantea una salida a ese irresoluble problema que es la tensión entre arte e industria inherente al cine y al propio Ministerio de Cultura y elige los mejores rostros del cine español de todas las generaciones para exprimirlos». De la Iglesia no ocultó que se encuentra molesto porque sus compañeros no hayan incluido su filme entre la terna que competirá por viajar a Hollywood: «La Academia es democrática. Yo soy el presidente, caigo muy bien, me dan premios y no me han elegido para los Oscar, cosa que me molesta mucho, pero tengo que aceptarlo. Espero que, en algún momento, tenga suerte». Respecto a la última polémica de la Academia, que ya contamos en LA RAZÓN, aseguró que se pensará si hace la misma trampa legal que «Celda 211».
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