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La Razón
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Hoy, en Cantabria, luce el sol. El conocido anticiclón de las Azores se ha posicionado este año de forma anómala y nos ha mandado a la bóveda verde del norte de España, desde Pontevedra a Guipúzcoa, muchos litros por metro cuadrado. Diecinueve días de lluvia. En Madrid, 35 grados y en Sevilla rozando los cuarenta. No entiendo a la gente que veranea en el norte y escapa con el agua. El norte de España es así porque llueve. De no llover, no existirían ni los prados ni los robledales ni los hayedos. España sería un interminable palmeral, como el de Elche. La gran Olga Ramos me pidió hace años que actualizara las letras de algunos de sus cuplés, entre ellos el «Catapún». Fue encargo veraniego para un programa de TVE que dirigía Alfredo Amestoy, y en Madrid los gorriones caían muertos de los árboles. Aguda nostalgia de lluvia norteña fue lo que experimenté. Y el «Catapún» principiaba: «Ay, aquellos tiempos/ en los que el estío/ se pasaba siempre/ con ropa de frío». En el norte, una semana sin llover resulta imperdonable, y el que no se haya enterado de ello todavía, que no venga. Además, que no se sabe si también influidas por la postura extraña del anticiclón de las Azores, este mes de julio hemos sido visitados por algunas ballenas. En España se multiplican las ofertas turísticas. Tenemos costas para todos los gustos. Desde las calas baleares, a las playas mediterráneas, las dunas canarias, las rías atlánticas, las largas playas –también atlánticas–, de Huelva y Cádiz y los verdes enfrentados del norte, Ebro y Duero superados. Se lo decía un impertinente jugador de golf americano al presidente del Comité Organizador del Abierto británico, el «British Open», casi siempre competido en los «links» ingleses, escoceses o norirlandeses. ¿Y por qué no organizan su campeonato en verano? Esto no es igual, pero se parece. Por la ría de la Rabia hacia arriba, antes de que se la cargaran los ecologistas con sus exigencias –exigencias que jamás aplican a los «campings»–, con la marea alta se podía remar hasta Rioturbio. Soledad absoluta en un paisaje único. Escocia trasladada al norte de España en unas centenares de hectáreas. La playa en el norte es una alegría, no una obligación. Se disfruta –quien guste de ellas–, cuando el tiempo y los vientos lo deciden. No son funcionarias del sol. Se dice que un día de playa en Galicia, Asturias, Cantabria o las provincias vascas vale más que una quincena de sol continuo y persistente en otros lugares de España. Pero no son admisibles las decepciones y los desencantos. El norte siempre esconde una sorpresa. También se han dado por aquí julios y agostos de calores encadenados. Y nos enfadábamos mucho los enamorados del norte. Se llegaron a organizar rogativas para que lloviera o soplara con fuerza el nordeste en las playas. Un nordeste como Dios manda, un nordeste macho de nortazo loco puede llevar volando de una punta a la otra de la playa de Oyambre al juez Garzón con chaquetón y todo. Y Garzón es pesadísimo, como habrán podido comprobar en los últimos años.
El veraneo del norte nunca ha mentido. Los mensajes publicitarios no garantizan el sol de otros lugares, porque aquí el sol tiene un carácter muy especial. O sale veinte días seguidos o se esconde veintiuno. Aquí todo está preparado para soportar los inconvenientes. Se come de fábula, se pasea como en ningún otro lugar, se ofrecen paisajes prodigiosos y sus playas, cuando el sol brilla, son las mejores de España. Además, este año, los hayedos se rompen de verdor, los prados te invitan a imitar a las vacas, han venido ballenas y a los ríos han vuelto los salmones. Lo de la lluvia es secundario en el paraíso.