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Indefensión por Javier Urra
Ciertamente, los menores tienen derechos, pero también deben de tener deberes. Y los padres han de educar, lo cual supone poner límites, autorregular, sancionar. Que un progenitor pueda ser sancionado cuando pareciera que cumple con su función educativa genera preocupación en el resto de los progenitores.
Bien es cierto que nos encontramos en un caso en el que los padres están separados y, por desgracia, estos temas se utilizan como arma arrojadiza entre los ex cónyuges, lo que a su vez utilizan los hijos para tiranizar.
Pero más allá del caso en sí, debiéramos plantear al legislador cuál es la capacidad real de los padres, de las instituciones, para limitar conductas que violentan la sana evolución de los menores. Estamos en una nebulosa que resulta lesiva y, desde luego, hoy los padres sienten poco apoyo de las instituciones para ejercer su rol, que debe ser de amor, pero también de disciplina.
Igual nos acontece en aquellos centros en los que, no existiendo mandamiento judicial, el menor se niega a cumplir normas. ¿Cabe la limitación de derechos de los jóvenes? Por ejemplo, ¿encerrarlo durante unas horas en una habitación? No hablo de supuestos, sino de una realidad palpable que exige una respuesta jurídica urgente. De otra forma, y sin límites, muchos jóvenes se desnortarán. Lo dice el primer defensor del menor.
Lo que no cabe es mantenerse en la inseguridad jurídica, en la indefinición y en la falta de sentido común. Nada tiene que ver la sanción con la agresión. Y encontramos a muchos jóvenes que no admiten un no, que ridiculizan, que insultan, que desprecian cualquier autoridad, que se despeñan ante la inseguridad de unos adultos que no pueden, no quieren o no saben ejercer como tales.
Como psicólogo, como pedagogo, como padre, muestro mi inquietud ante una situación en la que escucho a tantos y tantos ciudadanos, decir: «Se nos han quitado las herramientas educativas».
Soy contrario a la bofetada, pero desde luego exijo respeto a mis hijos, a mis alumnos de la Universidad y a los jóvenes en conflicto con los que trabajo y que en muchas ocasiones agreden, insultan y vejan a los padres. ¿Y cómo hemos llegado a una situación tan ingrata, tan inaceptable, tan antinatura? La respuesta es que a veces por dejación, pero muchas otras por no haber sentido el apoyo social que permita apagar las primeras chispas que generan luego un incendio emocional.
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