Premios Goya

El rey que no habló

La Razón
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La verdad, donde esté un discurso de Don Juan Carlos en un día inspirado... En los Oscar poco se habló y poco hay que decir. Sobre todo, cuando el discurso de agradecimiento se limitó a 30 segundos y se redujo a dar las consabidas gracias a la parentela. ¿Qué fue de aquellas madres malísimas que se dedicaban a hacer la vida imposible a las pobres actrices? Ahora ni la preñada Natalie Portman suelta ni un mohín de lamento por haber perdido su infancia en horas extra de niña prodigio. Y eso que en todo caso, de ella y su «Cisne negro» es de lo poco que se puede destacar como naturaleza cinematográfica con un punto de clase en los premios de este año. Y, si queremos hablar de cine, ojo al parche del viejo Jeff Bridges en el «Valor de ley» de los Coen, o el arriesgado Christian Bale en «The Fighter». Lo demás, petardadas o «tv-movies» que anuncian en cierta medida el fin de un formato (¿en otros tiempos hubiera tenido tantas nominaciones una película como «La red social»?), la consagración del genialoide Iñárritu como un pelmazo pedantón a pesar de Bardem y, lo más destacable: Los Goya se han convertido en un acto más entretenido que los Oscar.
Colin Firth es un buen actor británico que en su discurso sólo se atrevió a balbucear algo sobre unas sensaciones en las partes inferiores que no se sabe si le incitaban a bailar o a irse por la pata abajo. En los Oscar siempre han gustado mucho las batallas contra la incapacidad y eso habrá ayudado al triunfo de la película de John Hopper, que se parece a un clásico serial televisivo inglés y del que se echa de menos una segunda o tercera parte, con Europa en guerra, las traiciones del Duque de Windsor, las intrigas de Churchill y las simpatías germanófilas del rey. Es un tostón. Pero si el año pasado se planteó el triunfo del cine y sus efectos especiales sólo como contexto, éste ha sentenciado su exceso de titubeos. Donde ya ni se ve glamour y sólo vulgar rojo es sobre la alfombra. Al menos, nos alegramos por el retorno de Penélope Cruz reconvertida en espléndida madonna. Viva España y viva hasta el discurso de Álex de la Iglesia.