Sevilla
Azabache I por Enrique Miguel RODRÍGUEZ
La final que ha coronado a la Selección de España como una leyenda no dejaba lugar para ningún otro espectáculo, pero quiero contarles que fui a disfrutar con Azabache, un concierto montado como homenaje al gran espectáculo del mismo nombre que se representó en la Expo 92, en el auditorio que hoy lleva el nombre de su protagonista Rocío Jurado. Antes quiero recordar el Azabache original. La primera vez que lo vi, entre nervios, desplazamientos desde la ermita del Rocío, aplazamientos… No lo disfruté ni entré en el mismo. Volví muchas veces a verlo, por mi trabajo en aquel momento me pasé casi 6 meses en Sevilla. Era raro el día que después de algún festejo, que siempre había muchos en la Expo, no terminara en el auditorium, aunque fuese al final de la función. Terminé siendo adicto a la función. Rocío Carrasco comenta que, de los infinitos recuerdos artísticos que guarda de su madre, el que más le viene a la memoria es aquel inmenso escenario, un foco sobre su madre, avanzando desde el fondo. Atacaba la gran orquesta, sonaba «Suspiros de España», por la gracia de Dios y de la Jurado, con su portentosa voz, y aquello se convertía en música gloriosa. Así comenzaba Azabache, con el público puesto en pie. El espectáculo creado y dirigido por Gerardo Vera se había montado alrededor de la más grande, en el mejor momento de la carrera de la Jurado. Ella sacrificó entonces su altísimo caché económico para darse el lujo de protagonizar el mayor espectáculo que se ha hecho jamás sobre la copla, de la que era hija y sacerdotisa máxima en su época, la Jurado. Por eso desgranaba desde sus suspiros por España, al clavel que la quemaba, al tatuaje marinero, a la chiclanera de la Verbena de la Paloma, a las ruedas de molino que hay que tragar por los celos, a su inmensa nostalgia, por empezar de nuevo, «a triniá, mi triniá, la de la Puerta Real», a esa Carmen de Sevilla, pero nunca de Merimé, a unos ojos verdes que no se olvidan... Mañana segundo capítulo.
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