Champions League

Sevilla

Sergio Ramos el incomprendido

 
 larazon

#Sergioramosfacts
Cuentan los que estaban presentes a finales de enero en Pamplona que a Mouri- nho se le oía clarísimamente poner a caldo a Sergio Ramos. Dicen que el entrenador portugués (que en breve pedirá un cambio de normas que impida al contrario defender) no aprecia demasiado al jugador de Camas y que se pregunta cómo un futbolista con esas limitaciones y fallos tácticos ha podido ganar un Mundial. Siendo sinceros, una no le quitaría la razón al portugués, más que nada porque Ramos acaba de demostrar que se lía con frecuencia cuando toca responder sin tiempo para reflexionar. Muchos son los que piensan que a Ramos la cabeza le sirve para lucir su colección de gorritos y la diadema de la competencia directa al esponsor de su equipo, pero parece un buen chico. Independientemente de sus problemas para distinguir entre el basket y el baloncesto o entre la «Champions» y la Liga, y de que su agente llame enfadado cuando no se le piropea, parece un muchachote noble al que el cielo no ha dotado de elegancia en el vestir ni gusto para celebrar los goles. Sergio Ramos es un futbolista con una capacidad física portentosa, grande como un central, rápido como un lateral, con remate de delantero y pase de extremo. Quizá no posea la prudencia necesaria para advertir sus limitaciones y controlarlas, pero da la impresión de que esa incapacidad tiene que ver más con el ímpetu y el fogonazo que con una estrategia personal calculada fríamente. Ya lo dijo Puyol tras aquel sopapo absurdo que recibió del sevillano: no pasa nada, es un buen chico. Y alguien que le da un sopapo a Puyol y no acaba en el ambulatorio, debe tener algo. Quizá equivocado, poco prudente, pero algo bueno.
María José Navarro


Quintaesencia de la antipatía
Hay dos versiones de Sergio Ramos y en este artículo se disponen a leer una debelación de la segunda. El adolescente al que Joaquín Caparrós hizo debutar en Riazor y de quien Pablo Blanco, el gurú de la cantera sevillista, dijo que sería «el defensa de la Selección para los próximos diez años» era un proyecto de futbolista descomunal; un atleta dotado de estimable técnica que sólo admitía comparaciones con Maldini. Ahí andarán los dos, dentro de muchos años, en palmarés y longevidad. De ese Sergio Ramos, un chaval encantador de Camas que no se separaba de René, su hermano mayor, es imposible decir nada malo. El chico empezó a torcerse cuando Florentino Pérez lo reclutó para el Madrid galáctico para que encarnase las peores esencias del madridismo encantado de conocerse. Cuando su fichaje todavía no se había consumado, Ramos acudió a una convocatoria de la Selección ataviado con un traje de chaqueta completamente blanco. Apenas tenía 19 años, pero ya apuntaba maneras «fashion», una querencia a que hablasen de él fuera de lo común y unas ganas locas de compartir vestuario con Guti. Ahí empezó a torcerse el personaje, porque el futbolista nunca ha dejado de crecer. Justo es reconocerlo. Encaramado a la impunidad que los árbitros conceden a los defensores madridistas, pega antes de preguntar en la línea de ilustres predecesores como Benito y Hierro, y secundado por compañeros de correrías como Pepe. Leña en el campo como para encender otra vez los altos hornos y colonia cara en la calle. Empezó demasiado joven a pegar sin riesgo de ser expulsado, ya va a ser imposible quitarlo del vicio. Debió aguantar unos añitos más en Sevilla.
Lucas Haurie