Crítica de cine
Dios salve a los Sex Pistols por Sabino Méndez
En el otoño de sus vidas, y habiendo sufrido los habituales maltratos de la existencia, los monarcas que han sobrevivido al siglo pasado ven aliviados cómo la institución real ha superado su momento más impopular de la Historia.
Desde luego, ser príncipe heredero en el siglo XIX o en la primera mitad del veinte era una ingrata carrera. El destino que te podía aguardar eran cosas tan escalofriantes como el regicidio o casarte con Wallis Simpson. Sin embargo, cuando te has convertido durante dos siglos en el malo de la película, una especie de muñeco de paja sobre quién el público desahoga todas sus frustraciones, no es infrecuente que, por puro aburrimiento, la voluntad popular se gire y haga masa crítica. Todo reside en tener paciencia y, como hizo la reina británica, entender que lo mejor para vacunar cualquier monarquía es que los Sex Pistols te dediquen la portada de un disco. Puede ser más peligrosa una Diana vestida de H&M que un «cockney» con el pelo panocha e imperdibles.
En un mundo donde ya hay más bares que iglesias, el monarca constitucional moderno ha aprendido que de lo que se trata no es de representar la voluntad divina, sino la voluntad popular. El constitucionalismo es su gran baza. Cuando la institución ha asumido su papel principalmente representativo, la lucidez es reconocer precisamente la importancia de la representación en toda su amplitud. Un ejemplo: en las monarquías antiguas abundaban los matrimonios de conveniencia con señores y señoras indefendibles.
Está visto que actualmente, sin ser hiperactivos, herederos y herederas se defienden bastante mejor en el plano horizontal. Y es que era una ingenuidad pretender hacer creer a la gente que se puede conseguir humo sin fuego. Los plebeyos pueden ser pobres, pero no estúpidos.
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