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La gripe alemana

La Razón
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Angela Merkel, la todopoderosa líder alemana no pasa por su mejor momento. Las derrotas electorales de las últimas semanas han sacado su peor cara, sus peores formas. No solamente no se ha conformado con poner el pie en el cuello a griegos, portugueses e irlandeses para «salvarlos» –aunque solamente salvó las inversiones y los pingües beneficios de los bancos alemanes– sino que ha desempolvado un argumentario que culpa de todos los males posibles a los ciudadanos del sur europeo. Esa Europa que es un lastre para su gran Alemania. España no se ha ido de rositas en esta historia. La edición alemana de «The Financial Times» ha sido la punta de lanza de los ataques a España. Todo por conseguir sus objetivos. Para Merkel, Europa sólo existe si Alemania manda. Por eso, no se conformó y volvió a la carga. Los españoles trabajan poco y mal. Se quedó tan ancha. Su acusación no se sostenía pero ya extendió la sombra de duda. Alemania volvía a estar por encima del bien y del mal. En plena huída hacia adelante, Merkel ha caído en el abismo del ridículo y el despropósito. Se ha retratado. La crisis del pepino, mejor dicho la gripe alemana, ha dejado en evidencia a la autoproclamada superpotencia. Para salvarse usó una suerte de lenguaje terrorista alimentario para culpar a los «otros», al sur. No le importó hundir una economía agrícola preparada y potente. Qué más da, debió pensar, no son alemanes. Merkel no ha sabido gestionar la gripe alemana. Ha mostrado su gran fragilidad y la penosa organización del todopoderoso estado alemán. Cayó la entelequia. De momento, hace bueno el refrán «consejos doy, que para mí no tengo».