Afganistán
No es una guerra
Lo de Afganistán no es una guerra. Lo dijo Zapatero en el Congreso. «Se trata de una misión bélica, no de una guerra». Cualquier día, ante un plato de jamón, se aventurará a decir: «Se trata de la pata de un cerdo, pero no es un jamón». El problema es que España ha entregado a eso que no es una guerra y que los cejeros han olvidado por completo noventa y seis vidas. Noventa y seis soldados de España caídos en Afganistán en cumplimiento de su deber y en una misión bélica, que de guerra nada. A las guerras van los soldados cuando el Gobierno del Partido Popular los envía a misiones de paz. Entonces se arma la marimorena. Pero esta supuesta «misión bélica» que nos ha costado noventa y seis vidas de noventa y seis héroes no le importa, ni afecta, ni hiere, ni le molesta a ningún farsante paniaguado y pesebrista de la llamada «cultura». Noventa y seis caídos y centenares de heridos, pero no es una guerra, vaya por Dios. ¿Cómo vamos a combatir con nuestros aliados de civilizaciones? Ellos sí luchan contra nosotros, porque no han tenido acceso a la gran idea de Zapatero. La Alianza de Civilizaciones –¿sigue Mayor Zaragoza en el chollito?–, esa descomunal soplapollez de nuestro presidente del Gobierno, no ha tenido respuesta entre los talibanes. Y nos han matado a noventa y seis soldados en medio de la afonía oficial y el silencio de los golfos. Sucede que una buena parte de la izquierda no considera sagrada la vida de los soldados, y menos aún, si quien la ha puesto en riesgo es un Gobierno socialista. Y aquí no tiene sitio ni cabida la polémica. Son nuestros soldados, nuestros militares, los de todos, y su honor es el que salva nuestro deshonor, y su valentía es la que cubre nuestra cobardía, y su sacrificio es el sustento de nuestra comodidad, y su espíritu el contraste de nuestra indolencia. No tengo duda de que por escribir todo esto voy a ser señalado como un fascista peligroso. Si ése es el precio, lo pago honrosísimo. La señora ministra de Defensa nos tendría que explicar desde el Parlamento, con más acierto que su Presidente del Gobierno, la diferencia que se establece en su particular idioma entre una guerra y una misión bélica. Y si insisten, tanto ella como su desvencijado jefe en no reconocer que nuestras Fuerzas Armadas han sido enviadas a Afganistán a combatir contra los talibanes, contra Al Qaeda y contra el terrorismo islámico, tendremos sobradas razones para responsabilizarlos de la muerte de nuestros noventa y seis héroes caídos en esa guerra que no existe aunque se considere una misión bélica, odioso juego de palabras del cinismo buenista y majadero que hoy impera en España. A todo esto, los indignados no se indignan con la muerte de nuestros militares caídos y heridos en una guerra figurada. Les importa un bledo. Y para rizar el rizo de la indignidad y el oportunismo, coincidiendo con la muerte de los últimos dos soldados españoles, «llamadme Alfredo» hace un guiño a la izquierda radical y planea reducir en 40.000 los efectivos de nuestras Fuerzas Armadas, ya ajustadas hasta el límite en su personal. Los ejércitos, le guste o no a «llamadme Alfredo», son fundamentales y no admiten más reducciones de plantilla y presupuestos. No se quejan los militares, porque apechugan con lo que les venga, pero han alcanzado la frontera de la operatividad. No se merecen propuestas demagógicas, sino el reconocimiento a su heroica labor. ¿Por qué en lugar de soldados y marineros no se planea «llamadme Alfredo» reducir en 40.000 el número de sindicalistas liberados que no dan con un palo al agua? No habrá respuesta.
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