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El nuevo mundo por José María Marco

La Razón
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Se habla mucho de la necesidad de complementar los recortes con otras medidas que animen la economía. Los más prudentes hablan de reformas estructurales, que atañen a la manera ante la que las personas se enfrentan al trabajo y a sus propias decisiones económicas. En la zona más aventurada, se preconizan los incentivos gubernamentales y se atribuye a la austeridad la situación actual de asfixia económica.
Las últimas estimaciones del déficit de 2011 deberían contribuir a aclarar esta discusión. Si el déficit ha alcanzado el 8,51 por ciento el último año, dos puntos y medio más de lo previsto, eso demuestra que lo que está asfixiando la economía de nuestro país no es la austeridad. Lo que la está asfixiando es un Estado sobredimensionado, derrochador, que impone regulaciones y absorbe esfuerzos y dinero hasta dejar exhausta, sin capacidad de iniciativa, a una sociedad dependiente, aplastada por los impuestos y el cumplimiento de las normas regulatorias.

En la sociedad se ha ido abriendo paso la idea de que en estos años hemos entrado en un mundo nuevo. No lo conocemos todavía, pero ya está claro que no será como antes. Habrá que trabajar más y habrá que competir con gente dispuesta a cobrar menos por lo mismo. Los gobiernos no nos resolverán tantas cosas como hasta ahora. Tendremos que contar más con los demás y menos con los políticos. En el fondo, empieza a surgir una nueva situación en la que el bien público no está ya monopolizado por la acción política.

se está manifestando de muchas maneras: en el ahorro privado, en la contención en el gasto, en el aumento de la productividad, en la mayor inversión en formación, también en la renovada adhesión a principios y valores morales que exigen de nosotros una mayor relación con los demás, como el patriotismo o los derivados de la religión, en particular –en nuestro país– del cristianismo.

En cambio, da la impresión de que una parte importante de quienes nos gobiernan no se ha dado todavía cuenta cabal de lo que está ocurriendo. O tal vez sí, y los muchos lamentos que escuchamos de sus labios (acerca de los «terribles» recortes, o la gestión de la «miseria» a la que se ven abocados los gobernantes) sean simplemente las quejas de quien sabe que va a perder dinero, influencia y poder. Se entiende, claro está, pero echar de menos el intervencionismo, el dirigismo y el despilfarro no es la mejor manera de enfrentarse a la nueva situación. Dentro de algún tiempo, no mucho, lo que ha ocurrido en estos años pasados nos parecerá una aberración: lo era, sin duda. El momento actual es duro, pero si nuestros gobernantes logran superar su narcisismo y conseguimos sortear el empecinamiento antirreformista de la izquierda, habremos entrado en una etapa apasionante, con un gigantesco potencial de crecimiento y de prosperidad.