Estados Unidos
El último gran héroe
NUEVA YORK- A Estados Unidos le encanta crear héroes, destruirlos y relanzarlos al estrellato. Es el caso de Tiger Woods, de Michael Phelps o ahora de Lance Armstrong. A los deportistas se les exige ser buenos atletas, buenos padres y buenos maridos.
En el caso de Armstrong, Estados Unidos todavía no ha destruido a su héroe. Al menos no ha habido tanta controversia como con otros escándalos. Y parece que su legado perdurará con su Fundación contra el cáncer y la venta de sus 84 millones de brazaletes amarillos «Livestrong», ejemplo de fortaleza y perseverancia.
Es básico que Armstrong ya esté retirado y que se separe al deportista de la figura que superó un cáncer de testículos cuando sólo tenía un tres por ciento de esperanza de vida. Es el modelo de superación que tanto atrae a los fans estadounidenses.
En este caso, el escándalo tampoco ha afectado a sus contratos de publicidad. Nike, de momento, no ha anunciado que vaya a revisar su relación con él por lo sucedido en el Tour. Al fin y al cabo, sucedió en Europa y en un país al que se mira con cierta envidia y desprecio.
Es cierto que a los estadounidenses les encanta ganar. Y también que odian las trampas. Por eso, «The New York Times» ha cargado contra el deportista de Texas. Les enseñan desde pequeños en los colegios que tienen que ser los primeros en todo. Lo que en Europa se entiende como arrogancia en este otro lado del Atlántico es competitividad sana. En Estados Unidos, sus seguidores le admiran más por haber vencido al cáncer que por haber ganado en Francia en un deporte para minorías.
Incluso si el dopaje se hubiese dado en un deportista de una competición más famosa como baloncesto o béisbol, los estadounidenses están acostumbrados a pasar página una vez que el implicado pide perdón. Es casi un ritual. Fue el caso de Álex Rodríguez, estrella del béisbol de origen dominicano, cuando se descubrió que había utilizado anabolizantes. Entonces, convocó una conferencia de prensa, pidió perdón a su equipo, a su familia y a Dios con lágrimas en los ojos. Para los yanquis fue más que suficiente. También para los anunciantes, que, al fin y al cabo, son los que ponen dinero y realmente cuentan.
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