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Tradiciones otoñales por Enrique Miguel RODRÍGUEZ

La Razón
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Fueron muchos los chavales, algunos no tendrían más de tres años, los que se acercaron a mi casa el día 31. Lo hacían para reclamar al grito de truco o trato las oportunas golosinas, ya saben Halloween. Al llegar estas fechas, siempre vuelven los artículos, los comentarios sobre lo razonable o no de adaptar costumbres ajenas a nuestras tradiciones otoñales. Creo que la celebración de Halloween es algo que ha arraigado en los chicos, que no tiene mayor importancia, que como los cantes de ida y vuelta, son fiestas que nos vienen de la otra orilla, como llegaron los pantalones vaqueros, la Cocacola o las hamburguesas, que bien instaladas en las costumbres españolas no han terminado con las que siempre estaban establecidas. Decía el otro día Josemi Rodríguez Sieiro en «Herrera en la onda», que Halloween era una celebración para los feos, disiento en este caso del amigo, si esto fuese así la mayoría de los españoles ya habríamos abrazado la macabra tradición. En mi caso soy más de castañas, menuda ruina para los castañeros con esta especie de verano eterno que a estas alturas sufrimos. Siempre me gustó ir a ver una representación de Don Juan Tenorio, incluso empezar mi intervención en el programa de radio con un «por donde quiera que fui, la virtud atropellé, la justicia burlé y a las mujeres vendí», desgraciadamente podría ser el lema de muchos maltratadores actuales. Tampoco soy ajeno a visitas al cementerio y misas para recordar a familiares y amigos desaparecidos. Pero seamos optimistas, si el año que viene el euro no nos ha dejado a punto de tanatorio financiero, prometo que como acción de gracias, en el 2012, el 31 de octubre me vestiré de muerto viviente, que es algo muy original y que a nadie se le ha ocurrido en los últimos tiempos. Que «jartura» de muertos vivientes, zombis y vampiros.